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Por: PABLO JOFRÉ LEAL
Las
acciones bélicas de la Administración de Barack Obama, previo a las
elecciones para representantes del 4 de noviembre próximo, tanto en
territorio iraquí como en Siria, tienen, según lo señalado públicamente,
el combate al movimiento takfirí EIIL (o Daesh en árabe) sin embargo,
el proyecto estratégico tras estas acciones se enmarcan en la decisión
de derribar el gobierno de Bashar al Assad y al mismo tiempo,
intensificar el cerco contra Irán y Rusia.
TURQUÍA Y SU JUEGO MORTAL
Esta
política estadounidense, que cuenta con el apoyo cómplice de Arabia
Saudita, las Monarquías árabes del Golfo Pérsico, Jordania y algunas
potencias europeas, ha intensificado el número de muertes, destrucción e
inestabilidad en la zona de Oriente Medio, sumando más actores a un
conflicto que puede desbordar la zona donde opera Daesh. Ampliándose al
conjunto del Levante Mediterráneo, el Magreb e incluso la zona del Golfo
Pérsico. Lo señalado ha conformado un clima de tensión y
recrudecido las acusaciones de inacción del gobierno de Turquía frente a
las acciones militares de Daesh en la ciudad kurda de Kobani en Siria y
gobernado por el Partido de la Unión Democrática (PUD).
La lucha
en Kobani, asediada por Daesh desde el 16 de septiembre, ha significado
la huida de decenas de miles de kurdos sirios y la posibilidad de otra
crisis humanitaria por la presencia de miles de estos refugiados a ambos
lados de la frontera turco-siria. Unos, queriendo huir de la zona en
conflicto y los otros que desean proteger a sus hermanos y combatir a
Daesh, ingresando a territorio sirio. Deseos reprimidos por un Ejército
turco que juega al debilitamiento de las fuerzas kurdas, que son
consideradas enemigas del gobierno de Tayyip Erdogan y aliadas del
Partido Kurdistán del Trabajo (PKK), que ha sostenido un cruento
conflicto con Ankara y que mantiene en prisión a su máximo líder,
Abdullah “Apo” Öcalan, condenado a prisión perpetua por los cargos de
terrorismo y separatismo armado.
El aumento de los combates de las
milicias kurdas contra Daesh y los bombardeos a posiciones del grupo
takfirí por parte de aviones de Estados Unidos y algunos aliados árabes
como Jordania, Emiratos Árabes Unidos y Catar, muestran una dimensión
ampliada del conflicto, donde Turquía ha señalado que actuará en el
combate frontal contra Daesh, siempre y cuando se le garantice la caída
de Bashar al Assad, de ahí su inmovilismo, la pasividad y el dejar hacer
a las milicias takfirí contra la población civil de Kobani. Para los
turcos, no es más enemigo el integrismo de Daesh que Damasco y en esa
lógica, es mejor que ambos se desangren y de pasada debilitar a las
fuerzas kurdas.
La analista Nazanin Armanian, ante la conducta del
Gobierno turco señala que esta inacción se entiende en función de sus
propios intereses políticos y estratégicos en la zona: “ante las
peticiones del PUD e incluso de Estados Unidos, de intervenir para
salvar Kobani, Ankara ha señalado las siguientes condiciones: que el PUD
abandone su idea de autodeterminación y abandone al PKK. Que se una a
la lucha para derrocar a Bashar al Assad. Que integre las Unidades de
Protección Popular -brazo armado del PUD- al Ejército Libre de Siria.
Que permita a las tropas turcas gestionar la seguridad de la zona kurda
de Siria, controlando las entradas y salidas de las personas
, creando así una segunda Gaza.
Erdogan lo que pretende con esto, es la abdicación del PUD a sus
reivindicaciones, destruir al PKK en Siria y así sacar ventajas
políticas de la negociación con la izquierda turca de Anatolia. Turquía
induce al suicidio político al PKK-PUD. Todas ellas propuestas
estériles, para que el mandatario turco pueda seguir respaldando a su
criatura del Estado islámico, que al más puro estilo de la Yeni Cheri
(Fuerzas Especiales Otomanas) arrasan pueblos enteros en su camino”.
Se
une a lo señalado en Medio Oriente, lo que podemos denominar como el
Frente Euroasiático, que ha intensificado sus señales antirrusas por
parte de la administración de Obama, que acusa al gobierno de Moscú de
ser responsable de la situación de desestabilización del gobierno de
Kiev a manos de los separatistas del sudeste ucraniano
.
Bajo esta imputación, Estados Unidos pone en práctica el viejo sueño de
cercar al gobierno de Putin, con el objeto de cumplir su objetivo
geoestratégico mayor: liderar el proceso de europeización de las ex
repúblicas soviéticas, con todo el potencial gasífero e hidrocarburífero
que esa zona del mundo posee. Ante esa conducta de la política
exterior estadounidense, Moscú ha respondido con dureza, señalando - a
juicio del canciller ruso, Serguei Lavrov - que “la crisis en Ucrania es
utilizada por Washington como un irritante en las relaciones Rusia con
la Unión Europea, con el objetivo de imponer su liderazgo en el espacio
euro-atlántico. Estados Unidos pretende con sus declaraciones y acciones
poner a “Rusia en su sitio”.
Respecto
al tema de la lucha contra Daesh, el jefe de la diplomacia rusa fue
enfático “en la lucha contra el terrorismo seremos aliados con Teherán y
Damasco y así lo hemos comentado a nuestros colegas europeos cuando a
la Conferencia de Ginebra - por la paz en Siria - no fue invitado Irán
como tampoco a una Conferencia sobre Irak a lo cual también se le negó
la participación a Siria. No
se puede establecer la paz en la zona sin ambos países. Tanto Irán como
Siria, objetivamente, son aliados en la lucha contra el terrorismo.
Seguiremos ayudando a Siria combatir el terrorismo incluso con
armamento”.
Las operaciones bélicas en Siria e Irak por
parte de Estados Unidos y sus aliados, mantienen la política de
hostigamiento y desestabilización del gobierno de Bashar al Assad. Bajo
el argumento esgrimido por Obama en los discursos ante la nación el 10
de septiembre pasado y posteriormente ante la Asamblea General de las
Naciones Unidas,
bajo
la coartada que se combate a Daesh, son la expresión crónica de la
política exterior estadounidense. Política que suele plantear, en el
plano internacional, la resolución de sus problemas internos.
Generando con ello cohesiones frente a enemigos reales o inventados de
tal forma de levantar la imagen, no sólo del presidente estadounidense
sino también de su partido político y de esa forma tratar de primar en
la cámara alta,
teniendo una mayoría tal que no cuestione las políticas implementadas durante su administración.
Es
un juego interno, que repercute trágicamente en la vida de miles de
personas en zonas del mundo donde esa política exterior estadounidense
se manifiesta con muerte y destrucción. No es casual que las
intervenciones de los gobiernos estadounidenses en terceros países, ya
sea en forma directa como fue en Irak y Afganistán o a través de la
estrategia de Barack Obama del Leading from Behind, son claros
antecedentes de elecciones presidenciales o de representantes
parlamentarios y en ese contexto, el complejo militar-industrial
estadounidense suele jugar un papel fundamental, en el marco de las
nuevas estrategias globales, donde los enemigos de ayer no son los
mismos de hoy. Pero se les ataca con la misma saña.
DESDE LOS ROGUE REGIMES A DAESH
Hasta
el fin de la Guerra Fría, los estrategas del Pentágono estaban
preocupados por la amenaza planteada por los denominados - según el
nombre dados por los creativos políticos estadounidenses - Rogue Regimes
(regímenes parias o Estados Canallas) del Tercer Mundo. Pero, desde
finales de la década de los noventa del siglo XX han sido cada día más
numerosos los expertos militares, que alertan a la administración
estadounidense, de la hipotética manifestación y lo que pueda deparar
esa aparición de un “oponente de potencia comparable” (peer competitor),
es decir, un Estado con la fuerza suficiente, para poder enfrentarse a
Estados Unidos con posibilidades casi iguales de derrotarlo en distintos
campos, no sólo en lo militar.
El Profesor de Relaciones
Internacionales del Hampshire College, autor del ya clásico ensayo “la
Nueva Estrategia Militar de los Estados Unidos Michael Klare sentenciaba
a inicios del año dos mil, que ese oponente todavía no existe -
aunque
se visualizara bajo el nombre de China y/o Rusia - pero la eventualidad
de su aparición ha modificado las perspectivas estratégicas de Estados
Unidos. “La política oficial en ese plano ha cambiado, pues si hasta
fines de la administración de George W. Bush la prioridad era mantener
una fuerza militar suficiente, para llevar a cabo y ganar
simultáneamente dos “grandes conflictos regionales”: uno de ellos en el
Golfo Pérsico (claramente especificado contra Irán) y el otro en Asia
(contra Corea del Norte) hoy los nuevos enemigos se han multiplicado.
Irán y Corea del Norte siguen siendo considerados blancos y enemigos de
las estrategias de dominación de Washington pero, agregando nuevos
nombres, sobre todo tras el derrocamiento de la Libia de Muammar Gaddafi
La
postura oficial planteada por Klare, cambió a medida que los analistas
militares estadounidenses, con la llegada a la Casa Blanca del Premio
Nobel de la Paz Barack Obama comenzaron a inclinarse hacia escenarios
distintos. Léase:
Un conflicto con Moscú por los recursos hidrocarburíferos, oleoductos,
gaseoductos y materias primas de la zona del Mar Caspio y una guerra
contra Beijing, para garantizar la libertad de navegación - según la
libertad que entiende Estados Unidos junto a sus socios japoneses y de
Corea del Sur -en el Mar de la China. Libertad de navegación que esconde
el propósito mayor: limitar a China sus capacidades de comerciar con el
mundo de la manera que lo está haciendo, pasando de ser una potencia
regional a una de carácter global.
Es este horizonte de
pugnas políticas, económicas y militares, lo que ha generado la
aprobación de ingentes sumas de dinero, para desarrollar una estrategia
política-militar, en condiciones económicas recesivas en Estados Unidos y
que bajo la administración de Obama se eleva a los 600 mil millones de
dólares (en comparación a los 100 mil millones de dólares que significa
el presupuesto de Defensa de China y los 100 mil que corresponden a lo
presupuestado por Rusia). Recuerdo en ello un análisis de algunos
años atrás, pero plenamente vigente, de la editora de la revista
Challenge, Roni Ben Efrat, quien sostenía que los presupuestos de
defensa de Washington reflejan, bajo sus condiciones económicas una
amenazadora fusión
“ya
que la combinación de ese poder militar y una crisis económica es
sumamente peligrosa. Induce a los fuertes a resolver los problemas
económicos por medios militares. Esa es la mezcla que engendró el
fascismo y permitió un holocausto. Estamos de nuevo ante la misma
intersección”.
La pregunta que se hacía la citada
analista, en la época de George W. Bush, adquiere especial actualidad y
la interrogante no es saber si el mundo puede vivir con Daesh, Kim
Jong-un o algún enemigo de turno. Más bien la pregunta es ¿puede el
mundo vivir con Barack Obama? A lo que agregaría
¿Puede
vivir el mundo con Obama y sus socios europeos, prestos a intervenir
donde mande Obama. Con las Monarquías árabes del Golfo Pérsico y sus
creaciones takfirís, con el régimen de Israel y sus agresiones a
Palestina, con el Reino de Marruecos y la ocupación del territorio que
pertenece al pueblo saharaui?
Las dificultades internas, en
este caso económicas y políticas que sufre Estados Unidos, han sido
siempre una condicionante importante a la hora de definir caminos de
arreglo, entre ellas las aventuras militares, utilizando el complejo
militar industrial como motor de desarrollo. Si consideramos que el neto
de la deuda externa de Estados Unidos en los últimos 25 años (desde la
invasión a Irak por George Bush padre)
es
la acumulación de un cuarto de siglo de grandes gastos, sobre todo en
defensa y de gran déficit comercial y que está proyectado que alcance,
en el año 2014, cerca del 25% del PIB, es decir 3 billones de dólares.
El Estados Unidos que surja de sus aventuras militares en Libia,
Egipto, Irak con remake incluido, Siria, Afganistán y una nueva aventura
militar, sea en el Golfo Pérsico o en el Lejano Oriente, será distinto a
aquel país que atacó Irak a principios de los noventa. La disyuntiva
que enfrenta ahora es si saldrá más fortalecido, con acceso a más
recursos energéticos e influencia o tendrá que contender con el
resurgimiento de la potencia rusa y las ambiciones chinas en el globo.
El
triunfalismo de Wall Street avizoraba que los mercados del mundo se
abrirían ante las corporaciones estadounidenses, cosechando los
dividendos de un campo socialista extinto y la participación
estadounidense en Irak y Afganistán, generando multimillonarios negocios
para inmobiliarias, empresas energéticas y el complejo
militar-industrial.
Hoy, sólo sus socios incondicionales: Inglaterra y el régimen de
Israel, parecen querer acompañarlo en sus afanes belicistas, con alguna
participación menor de parte de Francia y las obligaciones de las
derruidas Monarquías árabes del Golfo Pérsico. La Europa de los 28 cada
día es más renuente a participar de las aventuras de Washington.
Latinoamérica se opone decididamente, así como China y Rusia, no sólo
como aliados de Siria, por ejemplo, sino ejerciendo su derecho a veto en
el seno del Consejo de Seguridad frente a los llamados de intervención
multilateral.
Incluso, con leves atisbos pero esperanzadores, la
propia Organización de las Naciones Unidas (ONU) ha elevado sus críticas
a la forma de actuar de Estados Unidos y sus socios, sobre todo con el
régimen de Israel en Palestina. En esta perspectiva, parece claro que
quien siembre vientos recogerá tempestades. Nuestro mundo ha sufrido,
bajo la conducta de los gobiernos estadounidenses del último cuarto de
siglo los efectos de vientos de guerra que han ocasionado millones de
muertos, heridos y la destrucción de países y sus posibilidades de
desarrollo. Esos vientos de guerra alcanzaron la categoría de huracán,
con el objeto perverso de satisfacer la avaricia y los intereses
corruptos de empresarios, políticos y militares unidos en una cofradía
mortal, que lucran con las guerras y el sufrimiento humano. Que en sus
balances anuales las muertes y penurias son sólo haberes que van a sus
bolsillos y deberes que generalmente serán pagados por otros.
Señalábamos
que Washington ha estado enfrascado en las administraciones de Obama en
una escalada armamentista, con el objetivo de alcanzar la plena
hegemonía militar a escala global. El gasto en defensa del año 2014
alcanzará los 600 mil millones de dólares, una cifra equivalente al PIB
de toda la Federación Rusa
.
Ninguna lógica explica ese nivel de gasto, a no ser el deseo de devenir
en el Imperio Global por excelencia, dominar el planeta económica y
militarmente, incluyendo el espacio exterior, como ha ido el sueño
explicitado desde la época del ex presidente Ronald Reagan y su
iniciativa de Defensa Estratégica.
La cifra mencionada, no
incluye el presupuesto asignado a la CIA, desde fuentes tanto oficiales
como reservadas, para financiar sus operaciones encubiertas. Según
datos de Jane´s Defence Weekly,
el presupuesto total de inteligencia del año fiscal 2014 se eleva en
“unos 50.000 millones de dólares que claramente no incluye los ingresos
multimillonarios que fluyen de las arcas de la CIA de empresas tapaderas
y pantallas que esta posee, procedentes del tráfico de estupefacientes
en Afganistán, por ejemplo o del contrabando de petróleo desde las zonas
de combate en el Norte de Irak y Siria, aupado por la dirigencia kurda
corrupta del Kurdistán iraquí y del propio Daesh, que apoyado por los
mismos que se supone combaten, vende el petróleo robado a sirios e
iraquíes en el mercado turco, jordano e incluso europeo.
UN VIEJO CONCEPTO PARA UNA PRÁCTICA CRÓNICA
En
enero del año 2002 los escritores de discursos para Bush, Michael
Gerson y David Frum, desarrollaron la idea denominada Eje del Mal” (The
Axis of Evil) que incluía a: Irán, Libia, Irak y Corea del Norte.
Clasificación bastante contradictoria, pues no abundan elementos comunes
entre ellos, excepto en lo que se refiere a la fabricación y
transferencia tecnológica en materia de misiles de mediano y largo
alcance, algunos otros proyectos bélicos y en sus difíciles relaciones
con Estados Unidos. Con esta idea, Washington pareció encontrar una
buena justificación, para continuar con el proyecto Rumsfeld del escudo
de defensa antimisiles y con ello favorecer la solicitud de un
incremento substancial en defensa, reflejando así, una de las
características más criticadas de la política exterior estadounidense:
el manejo de visiones estereotipadas.
Ese “Axis of Evil” reactivó
la visión surgida bajo Clinton respecto a los Rogue States (Estados
Villanos) que vista las críticas generadas, dio paso a los States
Concern (Estados Preocupantes), valoración más reflexiva, asumida por
Clinton en medio del debate sobre estrategia exterior, y que involucraba
aplicación de bloqueos y embargos, posibles de sustituir por políticas
de “compromiso constructivo”. Por ello, colocar a Irán en un plano de
amenaza para Estados Unidos, resulta no sólo inexplicable sino que
absurdo tomando en consideración los pasos de diálogo y apertura que el
gobierno de Teherán ha venido aplicando, sobre todo en materia de su
programa nuclear, estigmatizado por la poderosa influencia del lobby
sionista en la capital estadounidense mediante el denominado American
Israel Public Affairs Committee (AIPAC).
Si alguien, en el plano
de la aceptación, sin ton ni son, de lo que inventan como
denominaciones, arquetipos u otras patrañas ideológicas los analistas
estadounidenses, desea aceptar como presente esta vieja denominación del
“eje del mal” resulta risible, en ese marco, que Arabia Saudita, en la
lógica norteamericana, no forme parte de esta arcaica inventiva, aunque
sea público que es el Estado patrocinador mundial de los grupos takfirís
más extremos del mundo, incluyendo a Daesh. Las acciones
estadounidenses son un tipo de política extremadamente simplista, rayana
en la ramplonería, un grave error y parte de una política exterior
enloquecida.
Con el inicio de la segunda década del siglo XXI
Estados Unidos aplicó otra batería de acciones bajo el marco del leading
from behind dando origen a la denominada “Primavera Árabe” continuación
de las llamadas “Revoluciones de Colores” todo ello parte de la
estrategia global de desestabilización de gobiernos considerados
hostiles por Estados Unidos o por objetivos vinculados a intereses
económicos. En el caso de la mediáticamente llamada Primavera Árabe,
creada en los burós occidentales, avalada, financiada y amplificada bajo
la excusa de democratizar a los Estados árabes, se esconde el objetivo
de derrocar al gobierno de Bashar al Assad, cercar a Irán y de paso
comenzar a acusar a Rusia de potenciar la desestabilización en Ucrania.
Estas acusaciones no sólo son una burla, sino una vulgar manera de poner
en marcha la maquinaria bélica estadounidense, bajo espurios objetivos.
Forma parte de un proceso casi ritual. Se centra la atención en
determinadas zonas del mundo - pobres, bajo detestables dictaduras
(generalmente puestas allí y apoyadas por los propios estadounidenses - y
se les presenta luego como la máxima expresión del mal.
El
prestigioso dramaturgo inglés Harold Pinter ha sido categórico en su
apreciación sobre Estados Unidos, signado por un famoso discurso dado al
recibir el titulo Honoris Causa en la Universidad de Turín donde
señalaba “a principios de año fui operado de cáncer. La cirugía y sus
efectos me provocaron una pesadilla, sentí que no podía nadar bajo agua
en un interminable y profundo océano, pero no me ahogué y me alegro de
estar vivo. Sin embargo, supe que emerger de una pesadilla personal era
entrar en una pesadilla pública infinitamente más avasallante - la
pesadilla de la histeria, la ignorancia, la arrogancia, la estupidez y
la beligerancia norteamericana; la nación más poderosa que el mundo ha
conocido, lidiando contra el resto del mundo. Esta pesadilla pública nos
muestra, que la administración norteamericana, es una bestia sedienta
de sangre, que ha desarrollado nuevos escenarios de guerra por todo el
planeta e intensificado aquellos que ha mantenido por años. Las bombas
son su único vocabulario y a menos que el mundo reúna la solidaridad, la
inteligencia, el valor y la voluntad para resistir el poder de Estados
Unidos, el mundo mismo se hará merecedor de la declaración de Alexander
Herzen “nosotros no somos los médicos, nosotros somos la enfermedad”.
PABLO
JOFRÈ LEAL es periodista y escritor chileno. Analista internacional,
Master en Relaciones Internacionales de la Universidad Complutense de
Madrid. Especialista en temas principalmente de Latinoamericanos y
Oriente Medio. Es colaborador de varias cadenas de noticias
internacionales.
http://www.hispantv.com/detail/2014/10/22/293852/estados-unidos-una-bestia-sedienta-de-sangr