La campaña previa a la elección del próximo presidente de la República Francesa, prevista para el ‎‎24 de abril de 2022, está desatando un mar de pasiones en una atmósfera muy confusa. ‎Las tensiones sociales ya no hallan otra vía de expresión que la violencia porque el vocabulario ‎político ha perdido su sentido. Todos usan las mismas palabras pero con significados diferentes, ‎a menudo diametralmente opuestos. En medio de toda esa baraúnda, nadie parece percibir que ‎Francia ya no es una democracia… ni siquiera una República. ‎

LA FRANCIA HERIDA

Como todos los demás países de Occidente, Francia asiste a la rápida desaparición de su clase ‎media mientras que se mantiene la fuga de sus empleos hacia Asia [1]. Ha surgido una nueva clase social de trabajadores que viven en el límite del umbral de la ‎pobreza, expulsados de las grandes ciudades y refugiados en las zonas rurales próximas a ellas. ‎Son ellos los que se levantaron en 2018, identificándose con chalecos amarillos, en reclamo de ‎más justicia social. ‎

Mientras tanto, personas ya muy ricas se hacían extremadamente ricas con las ganancias ‎provenientes de sus capitales. No es un fenómeno nuevo pero el volumen desproporcionado del ‎enriquecimiento de unos pocos sí lo es. La amplificación sin precedentes de la desigualdad ‎en materia de riqueza de hecho impide el funcionamiento de un régimen democrático, que ‎supondría, por el contrario, una relativa homogeneidad en el seno de la población. ‎

Los electores, conscientes de que su voto ha dejado de ser importante, se apartan rápidamente ‎de las urnas. La mayoría de ellos optaron por la abstención en las elecciones legislativas ‎de 2017. Este mismo año, en las elecciones regionales y departamentales de 2021, dos terceras ‎partes del electorado francés dieron la espalda a las urnas. Es cierto que Francia mantiene sus ‎instituciones democráticas, pero su práctica ha dejado de serlo. ‎

La transformación de las clases sociales viene acompañada de un cambio de la población. Millones ‎de personas llegan desde África y Asia con la esperanza de gozar del nivel de vida europeo. ‎Se agrupan en ciertos barrios periféricos de las grandes ciudades y no tratan de integrarse ‎ya que sólo podrían convertirse en «chalecos amarillos» y verse despreciados por las élites ‎francesas americanizadas. Eso lleva a estos migrantes a imponer sus propias costumbres y modos ‎de vida en los barrios donde logran establecerse. ‎

La sociedad se ve así dividida en 3 categorías:
 la mayoría que se mantiene apegada a la cultura francesa,
 varios millones de inmigrantes que han perdido sus raíces
 y una élite nacional que vive fascinada por Estados Unidos, tanto que es incapaz de percibir la ‎decadencia de ese país. ‎

Por vez primera, esta división se hace geográficamente observable:
 las clases medias en proceso de pauperización se agrupan en áreas rurales,‎
 los inmigrantes se concentran en las zonas periféricas de las grandes ciudades
 y las élites monopolizan las grandes ciudades. ‎

Además, la epidemia de Covid-19 se gestionó a costa del incremento de la deuda: el miedo a la ‎cantidad de decesos llevó a ordenar el confinamiento generalizado de la población, la cual se vio ‎así privada de medios de subsistencia. El Estado se endeudó entonces considerablemente para ‎poder distribuir subvenciones en un intento por mantener el nivel de la población. La deuda ‎se eleva ahora al 115% del PNB anual, lo cual deja a Francia sin posibilidad de maniobra. ‎

AUSENCIA DE DEBATE

Desde 2005, a partir del momento en que el entonces presidente Jacques Chirac sufrió un ‎derrame cerebral, la República Francesa ya no ha tenido presidente. Vinieron entonces la pugna ‎entre los ministros Dominique Gallouzeau de Villepin y Nicolas Sarkozy de Nagy-Bocsa; la elección ‎del propio Sarkozy –supuestamente un intento de sacudir un país aletargado, pero que acabó en ‎fracaso ya que Sarkozy resultó ser nieto adoptivo del fundador estadounidense de los servicios ‎secretos de la OTAN [2]–; la elección de Francois Hollande, el hombre que ‎no representaba ninguna corriente en el Partido Socialista y que tampoco logró representar a ‎su Pueblo; y la elección del actual presidente, Emmanuel Macron, quien prometía unir la derecha ‎y la izquierda y sólo pudo dejar el país dividirse. En tres ocasiones consecutivas, los electores ‎se equivocaron y cada vez para peor. ‎

La elección presidencial francesa de 2022 prometía ser una masacre. Los electores no se ‎identifican con ningún líder político, así que tendrían elegir al que detestan en menor grado. ‎Apareció entonces la candidatura de un recién llegado al escenario político: el comentarista y ‎polemista Eric Zemmour. En pocas semanas, Zemmour ha logrado imponer su problemática sobre ‎la identidad francesa como eje del debate y conformar a su alrededor un amplio partido político ‎denominado “Reconquête” (Reconquista). Quienes conocen a Zemmour aseguran es un hombre ‎abierto y tolerante pero muchos piensan que es un antiárabe y esperan cerrarle el camino. ‎

El debate público dejó de ser racional desde que se prohibió a los médicos tratar de curar el ‎Covid-19 para imponer como prioridad la erradicación del virus sólo con supuestas “vacunas” ‎a base de ARN mensajero. Así que los argumentos de unos y otros carecen de importancia. Sólo ‎cuenta la Fe en las supuestas “vacunas” o la herejía de quienes tratan de hallar tratamiento para ‎la enfermedad.

En ese contexto, el presidente Emmanuel Macron acaba de dar a la televisión una ‎entrevista de 2 horas, durante la cual habló muy poco del balance de su mandato y ‎prácticamente no criticó a sus adversarios. Evitó el tono profesoral, optó por asociarse al dolor ‎de cada cual y se concentró en describir sus propios estados de ánimo. Cada telespectador ‎parece haber entendido algo diferente en este despliegue de un estilo inédito. En realidad, ‎cada cual retuvo sólo lo vinculado a su propia angustia personal. Emmanuel Macron se mostró ‎tranquilizador para los jubilados, cuya esperanza de vida parece amenazada por el Covid-19, y para ‎las clases superiores, cuyos privilegios parecen en peligro ante el crecimiento de las filas de ‎‎“chalecos amarillos”. Macron puede apoyarse así en una tercera parte del electorado, sin ofrecer ‎argumentos ni soluciones. ‎

CONFUSIÓN DE VALORES

Los franceses ya no logran establecer prioridades entre la tradición y la repartición de la riqueza, ‎ni distinguir entre la derecha y la izquierda. Eso sucede porque han vivido una historia muy ‎particular, la cual no han analizado. ‎

El presidente Francois Mitterrand venía del Partido Socialista. Pero era un hombre, dotado ‎sin dudas de una inteligencio excepcional, que había comenzado su carrera como colaborador de ‎la ocupación nazi. El mariscal colaboracionista Philippe Petain incluso llegó a condecorarlo, algo ‎que Mitterrand logró hacer olvidar. ‎

Francois Mitterrand no evolucionó en cuanto a sus opiniones, pero las desarrolló en función de ‎sus nuevas posiciones. Nunca rompió con sus amigos de extrema derecha –uno de ellos dirigió la ‎campaña electoral que lo llevó a ganar su primer mandato presidencial y lo siguió discretamente, ‎manteniéndose a su servicio mientras fue presidente de Francia [3]. Mitterrand se planteó incluso la posibilidad de nombrar al ‎ex director de la PropagandaStaffel, convertido en el hombre más rico de Francia, en ‎primer ministro de un gobierno socialista [4]. La vida de Mitterrand puede compararse a la de ‎un esquizofrénico, al extremo de que tenía incluso dos familias, una con su esposa socialista y ‎otra con una mujer de extrema derecha. En resumen, Francois Mitterrand era una personalidad de ‎extrema derecha que llegó a encabezar la izquierda unida.‎

Al llegar al poder, Francois Mitterrand asumió el control de una federación de grupúsculos ‎neofascistas, el llamado Frente Nacional o FN. Se trataba de un partido minúsculo que había ‎sido creado por orden del general Charles de Gaulle para mantener bajo la ‎vigilancia de los servicios secretos franceses los remanentes de los ‎colaboradores nazis y los terroristas surgidos de la guerra contra la independencia de Argelia. Después del asesinato de su fundador –Francois ‎Duprat, agente de los servicios secretos franceses en África–, ese partido se ve encabezado por ‎Jean-Marie Le Pen, un diputado que había participado en la toma del poder por el propio ‎de Gaulle, en 1958 [5]. Mitterrand comenzó entonces a ‎financiar el Frente Nacional con los fondos secretos de la presidencia de Francia, a través de una ‎cuenta bancaria en Suiza [6]. Por consiguiente, Jean-Marie ‎Le Pen era una personalidad gaullista que dirigía a los antigaullistas. ‎

Marine Le Pen, hija de Jean-Marie Le Pen, heredó la dirección del Frente Nacional y “normalizó” ‎esa formación política. Los colaboradores de los nazis y los terroristas de la OAS ya están ‎muertos. El Frente Nacional, rebautizado como Rassemblement national (RN), mantiene el ‎mismo discurso que su predecesor. Sin embargo, después de haber sido tildado de antigaullista, ‎hoy se ve con toda razón como una formación gaullista, lo cual es normal dada su historia pero ‎incomprensible para quienes ignoran esos antecedentes. Desde hace años, todos acusan al RN de ‎ser un partido de extrema derecha, aunque realmente no lo es. ‎

LA LETANÍA DE LOS VIEJOS PARTIDOS POLÍTICOS

Si el RN es un heredero legítimo del gaullismo, el partido llamado Los Republicanos (LR) es el ‎único heredero legal de esa corriente. Pero bajo el liderazgo de Nicolas Sarkozy, el partido ‎Los Republicanos ha abandonado los principios del gaullismo para alinearse entre los vasallos del ‎imperio global: Estados Unidos. El partido francés Los Republicanos ha respaldado la creación ‎de una Unión Europea supranacional, el regreso de las fuerzas armadas de Francia al comando ‎integrado de la OTAN –bajo las órdenes de Estados Unidos– y el fin de la integración de los ‎inmigrantes. Los Republicanos estarán representados en la elección presidencial por Valerie ‎Pécresse, una dirigente brillante que habla ruso y japonés, pero que viene de la élite americanizada ‎de la cual su esposo –Jerome Pecresse– es la personificación. Jerome Pecresse fue ‎vicepresidente de Alstom y es el único dirigente que se mantuvo en su cargo desde que esa joya ‎industrial de Francia fue vendida al gigante estadounidense General Electric. Por su parte, la ‎propia Valerie Pecresse estuvo entre los “Young Leaders” de la French-American Foundation y fue ‎invitada por la OTAN a participar en el Club de Bilderberg.

La República en Marcha [Partido político fundado en abril de 2016 para sostener la candidatura de ‎Emmanuel Macron a la elección presidencial de 2017] no sobrepasó la contradicción entre la ‎derecha y la izquierda. Esa nueva formación deambuló después, con discursos diferentes para ‎cada oyente, prometiendo siempre satisfacer a su interlocutor del momento para finalmente ‎acabar decepcionando a todos. Emmanuel Macron hablaba mucho y no hacía gran cosa, sólo ‎lo que le indicaban sus viejos amigos –los fondos de gestión estadounidenses BlackRock y KKR [7]. ‎De hecho, Macron no tiene programa, sólo una increíble habilidad para endulzarle el oído a los ‎electores, para prometer a cada uno lo que quiere oír pero que nunca se hará realidad. La mayoría ‎del electorado no lo apoya, ya no puede emprender nada y hasta se ha hecho inútil para sus padrinos. ‎Pero Macron se aferra a la presidencia de la República. ‎

La izquierda ha retrocedido, abandonando a las clases populares. Se ha convertido en un montón ‎de grupúsculos conformados alrededor de alcaldes, senadores, diputados y de sus hijos. Después ‎de todas las manipulaciones de Francois Mitterrand, el Partido Socialista se convirtió en una ‎banda de soñadores que dice querer cambiar el mundo, pero que hace todo lo posible por ‎no conocer el mundo real. Del Partido Comunista sólo queda el nombre que aún lleva una ‎formación que ya no sabe cómo socorrer a los proletarios de hoy en día. Los Insumisos, la ‎formación política de Jean-Luc Melenchon se encierran en las contradicciones entre la cultura ‎marxista de su líder y el izquierdismo trotskista de sus militantes.‎

En cuanto al Polo Ecologista de Yannick Jadot, es una formación que trata de convencerse a ‎sí misma de que abandonar las energías fósiles y la energía nuclear creará empleos. A pesar de ‎las apariencias, su electorado sólo da continuación a una larga tradición que, desde ‎los tiempos del rey Louis XVI hasta la época del mariscal colaboracionista Philippe Petain y ‎pasando por el régimen establecido en Versalles por Adolphe Thiers, cree que copiar el modelo ‎alemán le ayudará a salvar su estatus social.‎

¿Y QUIÉN RESTAURA LA CIUDADANÍA?

Esta letanía agobiante de los partidos políticos demuestra que no están en sintonía con esta época.‎ Fueron modelo para la ‎edad industrial pero se han vuelto ineficaces en estos tiempos de internet. Hoy en día, las ‎estructuras verticales se han visto reemplazadas por las redes pero los partidos no han sabido ‎adaptarse al cambio. ‎

Al contrario de lo que proclama el discurso dominante, no son los populistas sino las élites ‎las que están destruyendo la Democracia, en el sentido griego de ese término. Para empezar, el ‎Consejo Superior Audiovisual ha instituido en Francia una regla sin base jurídica: en lo adelante ‎el trabajo de un periodista de radio o televisión que decida convertirse en candidato a la elección ‎presidencial le será descontado del tiempo de palabra asignado a cada candidato [8]. Después, un tribunal condenó a un ex presidente de la República por un caso sobre ‎el cual ya se había pronunciado la Comisión Nacional de las Cuentas de Campaña [9]. Y finalmente un partido político exhortó los jueces a prohibir la ‎candidatura de un competidor en función de su propia interpretación de sus declaraciones ‎‎ [10]. ‎

Los partidos políticos no parecen demasiado preocupados por el hecho que los electores den ‎la espalda a las urnas. De hecho, es más fácil convencer a la mitad de la población que a todos ‎los electores. Así es mejor, parecen pensar en los partidos políticos. ¿Para qué esforzarse por ‎hacer que la gente común se meta en problemas tan complejos que hasta los expertos ‎los abordan con dificultad? Pensar así es un error. El candidato que gane la elección sólo habrá ‎ganado el derecho a vivir por cierto tiempo en el Palacio del Elíseo… pero no por eso tendrá ‎el Poder en sus manos. ‎

Es cierto que los franceses son legitimistas y que se apasionan por la política. Pero votan ‎cada vez menos… y también obedecen cada vez menos. La crisis que comenzó hace 17 años ‎sigue prolongándose y sólo hallará una solución alrededor de un medio de restaurar la soberanía ‎nacional y la soberanía popular. Bajo el empuje de la candidatura de Eric Zemmour, hay quienes ‎hablan de reconquistar la soberanía nacional, pero nadie se atreve a hablar de la soberanía ‎popular. Ya nadie sabe lo que significa la palabra «ciudadanía». ‎

El tiempo no sólo ha destruido las prácticas democráticas sino que ha afectado también el ‎cimiento mismo de Francia: la República, en el sentido que inicial que ese término tenía en latín. ‎A pesar de lo que se enseña en las escuelas, la República no tiene nada que ver con el modo de ‎designación del jefe. No es la antítesis de la monarquía o del imperio –el rey francés Enrique IV ‎‎(1589-1610), que puso fin a las guerras civiles de religión, se declaraba republicano y Napoleón I ‎‎(1804-1815), quien puso fin a la Revolución, se hizo coronar como «Emperador de la República ‎Francesa». ‎

La República es dejar de lado los intereses particulares en la esfera privada y anteponer a ellos ‎el servicio del interés general en la esfera pública. Es una manera de vivir felices juntos. Pero ‎nuestro fracaso político actual nos empuja a replegarnos unos sobre otros en comunidades ‎alrededor de tal o más cuál minoría. ‎

Hace 200 años, Francia cambió el mundo cuando su Pueblo tomó el Poder político. No se trata ‎de pretender que cada ciudadano tenga una opinión sobre todos los asuntos sino de que sea capaz ‎de tomar las riendas de su destino sobre todos los temas que conoce en su vida cotidiana. ‎Pero hemos retrocedido. Nuestras élites se han convertido en parásitos. Ya no se inclinan ante su rey ‎sino ante su amo estadounidense. ‎

Hace 200 años, Francia se reorganizaba de manera centralizada para poner fin a los desequilibrios ‎regionales. Hoy en día la centralización es la pérdida de responsabilidad de los ciudadanos ‎en beneficio de burócratas parisinos. Hace 200 años, la Francia libertina doblaba el espinazo ‎ante clérigos hipócritas en nombre de la interpretación que estos daban a la religión. Hoy, los ‎medios de difusión, como nuevos clérigos, le imponen nuevos dogmas y una nueva “moral”. ‎

Nuestro Pueblo gruñe pero no reacciona. Pero, ¿hasta cuándo? ‎