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lunes, 24 de febrero de 2020

Nigeria: La amplia estela del terror

Nigeria: La amplia estela del terror

Resumen Latinoamericano, por Guido Calvo*

 6 de febrero de 2020—
Todas las tácticas empleadas para combatir a los diferentes grupo terrorista que operan en Nigeria han fracasado, como la suerte que corre el archí famoso Boko Haram, que según algunos cálculos desde 2003, ha asesinado entre 30 y 50 mil personas y que provocado el desplazamiento de más de tres millones de aldeanos en el norte del país, epicentro de sus acciones y que, mil veces se lo ha declarado al borde del desastre, resurge, se renueva y vuelve a atacar tan letal como siempre.

 O el grupo Ansaru o Jama’at Ansar al-Muslimin fi Bilad al-Sudan (Vanguardia para la protección de los musulmanes en tierras negras) escindido de Boko Haram en 2012, anunciando que “alentaría lo que es bueno y se encargaría de su propagación y desalentaría el mal y trataría de eliminarlo”, además el único grupo nigeriano, que no ha declarado lealtad al Daesh, por lo que también se lo conoce como al-Qaeda en las tierras más allá del Sahel, que se ha especializado en secuestros extorsivos, particularmente de ciudadanos extranjeros y asaltos violentos en los estados de Kebbi, Katsina y Bauchi en el centro del país. Y finalmente el también franquíciate del Daesh global Willat (provincia) del Daesh (Estado Islámico) de África Occidental o por sus siglas en ingles ISWAP, que diciembre último decapitó a once prisioneros cristianos en venganza por la eliminación del líder del Daesh, Abu Bakr al-Baghdadi “ejecutado”, por comandos norteamericanos (Ver: al-Bagdadí, el muerto oportuno) Las fuerzas de seguridad nigerianas no se cansa de anunciar exitosas operaciones en contra de estos movimientos integristas, pero nunca parecen poder poner fin a esa guerra.
El último de los grandes golpes dados, en este caso por la policía, se registró el pasado día 5 de febrero, en el área boscosa de Kuduru, que es desde hace años un verdadero santuario para las organizaciones takfiristas, que operan en el estado norteño de Kaduna, en la operación iniciada el miércoles por la mañana y que duró varias horas, fueron eliminados unos 250 “miembros de alto perfil”, del grupo Ansar. Con ese fin la policía movilizó la mayoría de sus equipos: la Fuerza Móvil de Policía (PMF), la Unidad de Lucha contra el Terrorismo (CTU), las Fuerzas Especiales, el Equipo de Respuesta de Inteligencia (IRT), el Escuadrón Táctico Especial (STS) y el Anti-Robo Escuadrón Especial (SARS), de los que ninguno de sus miembros resultó muerto, aunque si un helicopterista sufrió una herida leve, en circunstancias que no se dieron a conocer tampoco.
Según el portavoz de la policía Frank Mba, la operación fue ultra secreta, al punto que no estaban siquiera informado los mandos del ejército que se encuentra en operaciones en la región. El jefe Mba, anunció que la policía prepara otras acciones similares en todo el país, obviamente sin aportar más datos. Lo que no se ha informado tampoco, es con que certeza a actuado la policía, para asegurar que todos los muertos eran militantes, sin producir la muerte de ningún civil, ya que las identidades de los muertos y sus cargos como “altos mandos” no han sido reveladas.
Ansaru, que en 2016 recibió un fuerte golpe tras la detención de su líder Khalid al-Barnawi, remplazado por Usama al-Ansari, quien, al igual que su antecesor se encuentra enfrentado al excéntrico Abubakr Shekau, líder de Boko Haram desde 2009, tras la muerte del fundador, Ustaz Mohammed Yusuf. La causa de la discordia y el quiebre del grupo, se produjo, fundamentalmente y por el asesinato a mansalva de musulmanes, en los recurrentes ataques a mezquitas, mercados, centros de encuentros de esa comunidad. El grupo de al-Ansari, que no había tenido acciones reconocidas desde 2013, había anunciado en octubre último, su regreso a la lucha, para recién reaparecer efectivamente en enero pasado, cuando atacó una caravana militar del emir (autoridad gubernamental: en este caso alcalde) de Potiskum, una localidad del estado de Yobe donde murieron al menos seis soldados, en la carretera Kaduna-Zaira. Otras fuentes insisten en que serían treinta las bajas del ejército. Mientras que un número desconocido de efectivos han sido declarados desaparecidos o secuestrados.
En un comunicado del grupo, Ansaru, reconoció la responsabilidad de ataque, reconociendo que habían sido 22 los muertos la destrucción de varios vehículos militares, sin hacer referencias a ningún efectivo del ejército o civiles secuestrados, ni tampoco especificó que el objetivo del ataque hubiera sido el emir Umara Bauya. Es muy posible que la razón real de la emboscada, haya sido comunicar “oficialmente” que tras el largo interregno, después de competir brutalmente con Boko Haram, y más tarde con el ISWAP y la detención de al-Barnawi, para la inteligencia nigeriana el articulador de todos los grupos afiliados de al-Qaeda de África Occidental”, la organización soportó un fuerte debilitamiento, de que al parecer estaría recuperándose e intentando con este tipo de acciones llamar la atención a nuevos reclutas que quieran involucrase en la “guerra santa”. Según algunas fuentes, sin confirmar, al-Barnawi, se habría establecido con su “corte” en el norte de Camerún, donde dirige un grupo vinculado a Ansaru, lugar a donde han llegado también milicianos de Boko Haram.
Cómo el Harmatán, el terror vuelve a soplar.
Las acciones de Boko Haram, desde hace años han comenzado a repetirse en países fronterizo y más allá también. Se conoce que pelotones de la organización han llegado a combatir en la disputada área tripartida de Malí, Níger y Chad.
Aunque últimamente han vuelto a concentrar sus esfuerzos en el norte de Camerún, donde se ha instalado en 2013, especialmente en la región de Tourou, provocando cerca de 3 mil muertes y el desplazamiento de unas 530 mil personas según la OCHA (Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios de la ONU).
Boko Haram, está utilizando los efectos del Harmatán, el viento frío, seco y polvoriento que sopla en la región subsahariana, puntualmente cada año, entre noviembre y marzo, generando, en zonas montañosas como Tourou, notorias bajas de temperatura, lo que hace muy difícil a los pobladores, pasar las noches fuera de casa y buscar los bosque para esconderse de los asaltos terroristas. Por eso es que se están repitiendo ataques como los de la noche del 21 al 22 de enero de 2020, contra la aldea de Machichia, también atacada en enero de 2018, por Boko Haram, cuando en mitad de la noche unos quinientos muyahidines, llegaron al poblando, en motos y vehículos todo terreno, por lo que los aldeanos, debieron huir abandonándolo todo: casas, ganado, sembradíos y la cosecha que se acababa de levantar. Los insurgentes entonces incendiaron todo, incluso los campos de siembra donde lanzaron a las llamas a seis ancianos que no había tenido oportunidad de escapar, además de sacrificar el ganado y robar la cosecha, que se acababa de levantar.
Ese ataque de 2018, detuvo todas las actividades en la región, convirtiendo la situación en extremadamente problemática, lo que obligó al gobierno central a disponer el despliegue en la región del grupo de élite del Ejército camerunés Brigadas de Intervención Rápida (BIR), lo que obligo a los integristas a mermar sus acciones, si bien la mayoría se replegaron hacia Nigeria, algunos grupos que quedaron aislados, en los montes de la zona fronteriza, dedicándose al asalto en rutas y algunas aldeas muy aisladas para subsistir.
Sin conocerse los motivos las fuerzas del BIR, comenzaron a disminuir sus operaciones de contrainsurgencia, llegando prácticamente a la inactividad absoluta, abandonado a su surte a las aldeas del área y a los grupos de voluntarios civiles que se concentraron en “comités de vigilancia” que en puestos de las montañas y solo armados con arcos, bastones, walkie-talkies y silbatos, para dar el aviso a las aldeas ante la presencia de los terroristas dándole posibilidades a los aldeanos a escapar y salvar sus vidas, a pesar que el retorno a sus casa siempre era el mismo “espectáculo” viviendas y siembras destruidas y el ganado robado o sacrificado.
A comienzos de 2019, Boko Haram, retornó con intensidad al norte camerunés produciendo tres ataques en menos de un mes y mantuvo sus operaciones durante todo el año, pero fue recién un año después cuándo la situación ha vuelto al punto más crítico, con ataques masivos a los pueblos de la zona y obligando a con miles a escapar, sin saber hacia donde ya que toda la región está sufriendo la inseguridad.
En el nuevo ataque a Machichia del pasado enero también fueron saqueados todos los puestos militares, de los que los terroristas se han llevado armas pesadas de largo alcance, municiones, equipos de comunicaciones y vehículos. Entre los días 17 y 18, de enero también había sido asaltado Hidoua, donde los terroristas atacaron tres puestos militares y quemaron catorces cabañas antes de replegarse.
En estos momentos los pueblos del área como Hidoua, Machichia y Hitawa, están bajo control de Boko Haram y con la posibilidad de que si en una semana, no son rescatados por os militares el poder del grupo se extienda a toda la región de Tourou, lo que podría provocar la llegado de importantes contingentes de muyahidines, para hacerse fuerte y establecer una vez más como lo hicieron e Siria, Irak y Libia la ansiada capital del Califato.
*Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC.
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Delta del Níger: conflicto sobre el impacto petrolero

La estabilidad social de Nigeria, uno de los países más poblados del mundo y la mayor economía de África, preocupa internacionalmente por su posible incidencia en la seguridad continental y mundial. De ahí que un conflicto local como el que enfrenta a las tribus del Delta del Níger con el gobierno nigeriano, a raíz de la explotación del abundante petróleo del área, sea seguido con atención desde el exterior.
El área de luz en la parte inferior de la imagen satelital corresponde a las instalaciones petrolíferas del Delta del Níger
▲El área de luz en la parte inferior de la imagen satelital corresponde a las instalaciones petrolíferas del Delta del Níger [NASA]
ARTÍCULO / Baltasar Martos
La fuerte disputa por los recursos energéticos en la desembocadura del río Níger, al sur de Nigeria, es desde hace décadas uno de los conflictos africanos de mayor resonancia. La marginalización, el confinamiento y el empobrecimiento de los Ogoni y los Ijaw –así es como se llaman las tribus étnicas de las provincias costeras de Rivers, Bayelsa, y Delta– han contribuido a una escalada de tensión entre los locales y el gobierno federal.
Para entender el problema de fondo, conviene antes hacer un breve recorrido en el tiempo y discernir las tres etapas cronológicas que han configurado el panorama actual del conflicto, a saber: 

el comienzo de la explotación del petróleo, la hegemonía de la Royal Dutch Shell y el período posterior a la independencia.
En el año 1903, en la región meridional costera de la actual Nigeria, convertida en protectorado británico (1901) y posteriormente en colonia (1914), se descubrió un gran yacimiento de minerales e hidrocarburos, como carbón, betún, petróleo y gas natural. La compañía británica Nigeria Properties Ltd. inició entonces actividades de exploración y extracción de petróleo, llegando a alcanzar una producción de 2.000 barriles por día en el año 1905. Más tarde, en 1937, y tras la sucesión de varias empresas petrolíferas, la multinacional anglo-holandesa Royal Dutch Shell se hizo con el monopolio de las actividades de prospección de las fuentes de petróleo –y, en menor medida, otros hidrocarburos–, llegando a unas tasas de producción de 5.000 barriles por día.
Tres décadas más tarde, tras la independencia y el establecimiento oficial de la República Federal de Nigeria (1960-1963), el gobierno militar de Yakubu Gowon emprendió una política de nacionalización y adquisición de las firmas extranjeras en el país, obligándolas por mandato legal a volver a registrarse mediante joint-ventures con empresas estatales. De esta manera, consiguió transformar esta actividad en el principal sector estratégico para la economía del país. Además, teniendo en cuenta la entrada de Nigeria en la OPEP en 1971, no resulta llamativo que el gobierno federal posea, a día de hoy, el 60% de la participación en el capital de prácticamente la totalidad de las petroleras en activo, ocupando un importante papel como socio mayoritario.
Por el contrario, la población civil de la zona ha resultado la gran perdedora. Las minorías étnicas más damnificadas por las actividades de prospección, extracción y comercialización –con el subsiguiente enriquecimiento para unos y la contaminación del medio ambiente para otros– vienen reclamando la atención del gobierno y exigiéndole medidas legislativas de protección ambiental y social desde hace décadas [1].
Por una parte, los locales reclaman “justicia medioambiental”, definida por la Agencia de Protección Ambiental de los Estados Unidos como “el tratamiento justo y la participación significativa en procesos de toma de decisiones políticas sobre las actividades que afecten el entorno natural de todos los pueblos, independientemente de su raza, color, cultura… concernientes a la implementación y aplicación de leyes, regulaciones y políticas medioambientales”.
Los Ogoni y los Ijaw son pueblos dedicados fundamentalmente a la agricultura y la pesca como forma de subsistencia para los que el medio natural es la única y principal fuente de riqueza. Protestan contra la ya larga connivencia (desde la independencia) entre el gobierno y las compañías multinacionales petrolíferas, calificándolos a ambos de “expropiadores y contaminadores” y culpándolos del empobrecimiento de la región y del deplorable estado de los ríos que circulan por ella. Reclaman, además, sus derechos a obtener y utilizar, para sus comunidades locales, la parte correspondiente de los beneficios que reporta la explotación de los yacimientos energéticos por estar ellos asentados tradicionalmente sobre una gran bolsa de crudo [2].
La corrupción, el clientelismo y la debilidad estructural del gobierno, sumados a su gran interés y dependencia de este sector –que ha llegado a suponer un beneficio para la economía nacional de hasta el 55% del PIB a mediados de la década de 1990 según las estadísticas del World Data Bank– hace extremadamente difícil que el presidente y su gabinete accedan a atender las necesidades de estas comunidades del Delta del río Níger. Las crecientes protestas desembocaron en un verdadero conflicto, iniciado en la última década del pasado siglo, que enfrenta a la población civil y al gobierno federal confabulado con las multinacionales. Dicha confrontación ha tomado dos vertientes, una pacífica y otra violenta, y ha recabado la atención mediática de buena parte de la comunidad internacional.
Atención internacional
Por otra parte, el conflicto del Delta del Níger constituye un caso claro de globalización, ya que la extracción de petróleo involucra a un conjunto de fuerzas transnacionales, actores no-estatales y procesos interdependientes

Fruto de la prolongada situación de malestar de las tribus indígenas de la zona, han crecido dos movimientos en denuncia del lucro por parte de un gobierno que apenas invierte en el desarrollo de esta región del país, sumida en la pobreza y el abandono, y degradada por la explotación de sus recursos naturales.
Por un lado se encuentra el Movimiento para la Supervivencia del Pueblo Ogoni (MOSOP por sus siglas en inglés), creado a raíz de las protestas en los años noventa y utilizado como modelo para que otras asociaciones civiles expresen públicamente su descontento con los impactos negativos de la industria petrolera en la calidad de vida de los habitantes de la zona. Esta organización, iniciada por el escritor Ken Saro-Wiwa y compuesta principalmente por académicos y docentes, denuncia pacíficamente la actuación conjunta del gobierno y las corporaciones instaladas en la zona y aboga por los derechos humanos civiles de los Ogoni a unas condiciones de vivienda dignas, a la justicia medioambiental y a una legislación que les respete y proteja de las amenazas medioambientales.
Por otro lado, existe el Movimiento por la Emancipación del Delta del Níger (con el acrónimo inglés MEND). Está formado por una amalgama de grupos de jóvenes armados y organizados en milicias locales de resistencia, cuyo objetivo principal es luchar por el control del beneficio del petróleo para las etnias minoritarias asentadas en la zona. Se trata de una rama militar del MOSOP que ya ha saboteado oleoductos y ha secuestrado a trabajadores extranjeros de las fábricas, exigiendo al gobierno un rescate por ellos, en varias ocasiones.
Lo más importante de ambos movimientos es que han llamado la atención de un gran número de Organizaciones No Gubernamentales, locales e internacionales, que se han aliado con ellos y han comenzado a promover y visibilizar su causa frente a toda la comunidad internacional. Amnesty International, Human Rights Watch  o Niger Delta Human and Environmental Rescue Organization son algunas de las muchas entidades que han abierto un espacio de trabajo dedicado única y exclusivamente a la cuestión del Delta del Níger. Estas abogan mundialmente por la defensa de los derechos medioambientales de las comunidades afectadas por la explotación de los recursos y la contaminación del entorno natural. También han conseguido asociarse a medios de comunicación transnacionales y redes de derechos humanos para extender la situación del conflicto a una audiencia global. 
La denuncia conjunta de las “supuestas violaciones de Derechos Humanos y Medioambientales sobre los miembros de la etnia Ogoni del Delta del Níger” ha resonado a nivel mundial y ha obtenido una importante suma de ayudas económicas destinadas al restablecimiento de los asentamientos de los que los pueblos autóctonos habían sido desplazados, así como a la promoción de la justicia medioambiental, la protección y garantía de los derechos civiles de los locales al aprovechamiento de la riqueza natural propia de su zona, la prosecución de sus actividades económicas y la salvaguarda de su entorno medioambiental. La repercusión mundial de este conflicto es probable que incida en el modo de resolución de conflictos similares.
[1] Obi, Cyril. “Insights from the Niger Delta”, Young, Tom. Readings in the International Relations of Africa. Indiana University Press, 2016.
[2] Botchway, Francis N., ed. Natural Resource Investment and Africa’s Development. Edward Elgar Publishing, 2011.
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Nota del blogger:
Amnesty International, Human Rights Watch  y otras organizaciones internacionales,  lucharan por los pueblos?  o por sus patrones las potencias y las transnacionales.-

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