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lunes, 14 de junio de 2021

Alberto Rodríguez analiza las noticias más relevantes

 

Alberto Rodríguez García

Periodista y fundador 14 Milímetros. Especializado en Oriente Medio, propaganda y terrorismo, analiza desde un punto de vista crítico los conflictos que están re-inventando las Relaciones Internacionales en un momento en el que las 'fake news' saturan el panorama informativo. @AlRodriguezGar
Los veinte años de intervención solo han servido para enriquecer a una nueva élite corrupta que ha perpetuado y agravado las diferencias entre la población urbana y rural.
El presidente ha dejado muy claro que no se va a ir y que ha sobrevivido, resistido y superado la guerra, la insurrección yihadista financiada por terceros países y unas sanciones salvajes.
Es el vil castigo que impone Marruecos a España por dar tratamiento médico por cuestiones humanitarias a Brahim Ghali, líder del Frente Polisario y presidente de la República Árabe Saharaui Democrática. Imaginen lo que es capaz de hacer un tirano que castiga a otra nación soberana solo por hacerse responsable de sus obligaciones humanitarias.

España ha regalado miles de millones de euros a Marruecos para que se encargue del trabajo poco glamuroso entre círculos turboglobalistas de proteger las fronteras de ambos países, sin llegar a ser conscientes de que los españoles estábamos pagando por nuestro propio secuestro. No para liberarnos, sino para ser rehenes.
Flagrante es también que el desalojo de Sheikh Jarrah está respaldado por la legislación israelí gracias a la Ley de Asuntos Administrativos de 1970, gracias a la cual todo colono judío puede reclamar las propiedades perdidas en 1948 tras la división establecida por Naciones Unidas para crear el nuevo Estado independiente de Israel.

Una legislación digna de un apartheid, ya que no permite a los árabes cristianos y musulmanes que perdieron sus hogares entonces reclamar sus propiedades.

No, la escalada de violencia entre Israel y Palestina no es una escalada provocada por Hamás. No, la escalada no ha empezado por los cohetes gazatíes.

Pero si los sionistas quieren jugar a los discursos victimistas y debatir entorno al antisemitismo, entonces podemos asegurar que no hay nada más antisemita que un sionista. Porque es más descendiente de los israelitas un palestino cristianizado o islamizado por el devenir de la historia que un asquenazí originario de Alemania, Polonia o Rusia. Y es que el Estado de Israel lo construyeron nativos del Rin sobre las tumbas de los auténticos descendientes semíticos de los israelitas. Una invasión, una sustitución demográfica, un crimen justificado únicamente en torno a una literatura sacra maliciosamente interpretada y un infame genocidio realizado a miles de kilómetros. Por eso las lágrimas de cocodrilo de los sionistas son tan sucias; porque instrumentalizan la muerte de los demás para desviar la atención de quiénes son los auténticos criminales. Porque los que se presentan como víctima, son los más crueles victimarios.
La decadencia de al-Qaeda, que no ha sido capaz de volver a atacar en el corazón de Europa y EEUU, no es consecuencia directa de haber descabezado la serpiente, sino más bien de las divisiones dentro del yihadismo internacional.

Aunque se intente presentar la derrota de la OTAN en Afganistán como una salida pactada, lo cierto que es una huída en toda regla de lo que todo el mundo ve: es una guerra que no pueden ganar.

Afganistán es hoy por hoy una de las intervenciones directas más infames de la OTAN, y a pesar de la tecnología militar desplegada, del presupuesto mil millonario, de la impunidad para cumplir los objetivos incluso cometiendo crímenes de guerra si fuese necesario (impunidad consecuencia de las amenazas de EE.UU. al Tribunal Penal Internacional de La Haya) o del personal sobre el terreno, se retiran siguiendo las directrices de tribus locales, sin tener nada que decir, sin objetivos cumplidos y sin siquiera dejar a su marcha un Estado funcional que pueda frenar la expansión del Emirato Islámico.
Por mucho que intenten maquillarlo, la retirada ordenada por Joe Biden no difiere tanto de la retirada de Richard Nixon en Vietnam.
Teherán ha sobrevivido y ha salido con más fuerza. Y en su desesperación, Tel Aviv está tensando la cuerda de tal modo que si no mide sus acciones solo serán posibles dos escenarios: o un Irán fuerte con armamento nuclear, o pasar de la guerra asimétrica a la guerra total.
Tanto Irán como Rusia, China, Reino Unido y la UE coinciden en que el acuerdo nuclear es la mejor opción para la seguridad, la convivencia y la prosperidad. Pero al otro lado del Atlántico, en EE.UU., aunque Biden haya criticado la política de Trump, no está dispuesto a ceder contra su rival chií reconociendo una humillante derrota en la política exterior de su país.
La auténtica guerra a la que todavía tiene que hacer frente Siria –aunque la mayoría de los frentes hayan desaparecido o se hayan calmado–, es a la de la supervivencia económica.
Los mismos países, activistas y tramposos que hablaban de que las condiciones de vida debían mejorar en Siria, ahora quieren castigar a los sirios condenándolos al hambre, celebrando su hambre, para que nunca conozcan la paz. Porque las mismas potencias que quisieron destruir Siria, quieren que Siria nunca renazca de sus cenizas. Porque la infamia no conoce los límites.
Si de acuerdo a la ONU China respeta y enseña las lenguas y expresiones culturales de las minorías en sus regiones, si atendiendo a la libertad religiosa en China hay musulmanes uyghures, hui, kazajos, uzbekos, tayikos; si de acuerdo a los censos la población uyghur de Xinjiang está aumentando, ¿por qué llevar a cabo un genocidio contra los uyghures?
Tanto Biden como todos los últimos presidentes de EE.UU., sus gabinetes y su élite, han demostrado que prefieren invertir el dinero en matar a miles de kilómetros de casa antes que en mejorar la calidad de vida de sus propios ciudadanos.

Biden se ha estrenado en su primer mes con bombardeos en tres países: Irak, Somalia y Siria

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