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lunes, 14 de junio de 2021

El Hambre


El Hambre


Por: Gustavo Bolívar Moreno

Bogotá, Portal de la Resistencia, viernes 14 de mayo de 2021. Sobre la media noche rayando la madrugada del día 15, se presenta un enfrentamiento entre manifestantes y miembros del ESMAD. Piedras y gases van y vienen de un lado y del otro. De repente un joven, como de unos 18 años cae al piso aparatosamente. Prácticamente se desploma de súbito, Imagen compatible con un tiro certero.

Parece muerto porque no se mueve. Enseguida la cuarta línea de paramédicos y rescate de heridos y la quinta línea de Derechos Humanos se movilizan a sacar el cuerpo en medio del fuego cruzado. Lo rescatan totalmente desgonzado y lo llevan sobre una camilla a la carpa de las brigadas médicas. Allí le prestan los primeros auxilios y lo primero que buscan, como mandan los protocolos de primeros auxilios, es el lugar del impacto que lo tumbó al piso. Necesitan llegar a la herida para tratar de detener alguna hemorragia. A simple vista no se divisa sangre. La cabeza no tiene impactos ni heridas. El cuello tampoco.

—Hay que quitar la camisa, —Grita alguien.
Pero el cuerpo, por más que lo revisan bocabajo y de cúbito dorsal tampoco presenta impactos.

—Hay que quitar el pantalón, —Grita la misma persona.

Y aquí viene lo más extraño. Las extremidades inferiores están intactas. De las caderas hacia abajo tampoco hay sangre.

—Los zapatos. Quítenle los zapatos y las medias.
Tampoco. Nada. No hay rastros de traumatismos.

Al cabo de unos minutos, en medio del asombro de todos, lo reaniman. Sebastián vuelve en sí, aunque con sus pupilas dilatadas. Entonces llegan las preguntas de rigor.

—¿Dónde te pegaron?
—¿Donde te duele?
—¿Qué te pasó?

—Yo no sé lo que me paso. De repente me desmayé,—Responde con debilidad.
—¿Usted comió bien?
—No señorita. La verdad no. .. (silencio)
—Por qué no va a su casa y come. Después vuelve
—Porque en mi casa no hay comida, —Concluye Sebastián dejando a todos sin respiración y concluye: —Si en mi casa hubiera comida, no estaría aquí.

Y aquí se confirma, no solo el funesto diagnóstico del súbito desplome físico de Sebastián, sino también una de las principales causas del estallido social que desde el 28 de abril tiene a Colombia semiparalizada: El hambre.

Cuando conocieron su historia, entre los miembros de la Bridada de Salud, algunos jóvenes de la primera línea y algunos periodistas de medios alternativos hicieron una vaca para llevar un mercado a su casa del Barrio Patio Bonito. Allí, a eso del medio día, comprobaron que en la casa de Sebastián no había comida. La madre estaba aguantando física hambre.

A la misma hora, en miles de Restaurantes, en millones de neveras, en cientos de súper e hipermercados, en cada paseo, en cada fiesta, se pierden, se desperdician, se tiran a la basura toneladas, miles de toneladas de alimentos. La misma

Sebastián es solo una de las 687 millones de personas que aguantan hambre en el mundo

Y su familia es una de las 2.7 millones de familias colombianas compuestas por cerca de nueve millones de personas que comen una sola vez al día.

Los jóvenes de la mayoría de estas familias están en las calles. Son jóvenes sin cupo en la educación superior. Son jóvenes que pertenecen al 24% de desempleados. Son jóvenes sin otra posibilidad en la vida que la informalidad, la delincuencia, el microtráfico o la nada.

Una sociedad que no ha hablado del derecho a la comida como derecho fundamental, una sociedad que no ha discutido el derecho a no tener hambre, es una sociedad fallida, condenada a la desnutrición, a la rabia, a la violencia y a la tristeza.

Quien esto escribe, en algunos episodios de su vida sintió en carne propia el hambre. El hambre no es una simple palabra. Es un estado de humillación y postración. Es un estado de desolación y tristeza. Es un estado de dolor físico y espiritual. Con hambre se piensan muchas cosas. La mayoría malas. Con hambre el autoestima desciende por debajo de los pies. Quizás muchos nunca lo han sentido ni lo sentirán, los felicito. Pero tengan por cierto que una cosa es decir, tantas personas comen una sola vez al día en Colombia y otra extremadamente distinta es ser una de esas personas.

Cuando la pandemia irrumpió sin piedad en nuestras vidas, cientos de casas colocaron una bandera roja en sus puertas o ventanas como señal de desabastecimiento. El gobierno fue incapaz de cubrir con mercados y ayudas a todos los hogares en vulnerabilidad. La gente, solidaria como siempre, ponía mercados en las puertas de esas casas.

Hoy el rojo vuelve a aparecer en nuestra bandera. Ya no es el último de los tres colores, el de la sangre derramada por nuestros ejércitos libertadores, no. Hoy es el primero. El rojo del hambre, el rojo de la represión, el rojo del liberal que vende sus votos al gobierno el rojo de la bandera al revés. Esa bandera que tano ofende a la ultraderecha porque quieren que el oro que ellos venden o se roban, siga siendo el primer color de nuestra bandera.

Mandela dijo: «Si no hay comida cuando se tiene hambre, si no hay medicamentos cuando se está enfermo, si hay ignorancia y no se respetan los derechos elementales de las personas, la democracia es una cáscara vacía, aunque los ciudadanos voten y tengan Parlamento». Yo le agrego: Con hambre no hay país, no hay bandera y el himno se vuelve un canto triste.

El hambre es la principal inmoralidad de una sociedad que dice basar su Constitución en un “estado de derecho”. Y más, cuando esta tragedia no existe porque la tierra no produce o porque las finanzas del estado no alcanzan, sino porque habiendo comida y en demasía, el dinero de las ayudas para los más pobres se queda en los bolsillos sin fondo de los corruptos.

Superar el hambre es llegar a la paz.

La FAO estima que América Latina es la región del mundo, donde la subalimentación de su población crece de manera más dinámica, pues pasó de 22,4% en 2015 a 31.7% en 2019 y se espera que la pandemia haya incrementado dramáticamente estas cifras.

Estos horrendos niveles de subalimentación han sido causados, en primer lugar, por la caída en picada de los ingresos de los hogares más pobres. Según una encuesta publicada por el (DANE) el 69% de los hogares colombianos consumen tres comidas al día, el 28% dos comidas y 1,77% apenas una. En febrero de 2020, antes de la pandemia, el 90.9% de las familias lograban consumir las tres comidas diarias. Esto, debido a que la reducción de ingresos afectó mayormente a las familias que derivan su sustento de la informalidad, el comercio informal.

El 57,6% de los hogares con inseguridad alimentaria tienen por jefe de hogar una mujer y el 64,1% de los hogares con inseguridad alimentaria se encuentran en el campo donde las familias suelen ser más numerosas.

El Banco Mundial estima en 14% el alza mundial de alimentos para 2021,

impulsada, entre otras cosas, por la por los desequilibrios climáticos. En mayo de este año la inflación de alimentos fue del 5,3% mientras que la inflación promedio de toda la economía fue de solo del 1%, siendo la inflación de alimentos, la mas alta desde enero de 2009.

Si a lo anterior agregamos que impacta más el rubro de alimentos a las finanzas de una familia pobre que las de una casa de clase media y muchísimo menos que las de una casa de clase alta, entenderemos por qué el covid se ensañó mayoritariamente con los estratos 1, 2 y 3 de la población. Son las personas que viven de un empleo o de la informalidad y tuvieron que salir a rebuscarse la vida ante la ausencia de ayudas dignas. El Transporte público, foco de pandemia y de contagio, fue utilizado para propagar el virus y Colombia es hoy uno de los 5 países del mundo que peor ha manejado la pandemia.

Colombia ocupa el puesto 43 entre 115 países en la muestra del índice de seguridad alimentaria para 2019, pero hay un detalle que llama la atención: según la Encuesta Nacional de Situación Nutricional, el 45% de los hogares tienen una estructura de consumo de alimentos basada en carbohidratos y el 75% consume bajas cantidades de frutas, verduras y proteína de origen vegetal.

El 69% de las comidas de los hogares más pobres, están basadas en la proteína del huevo, pero no en el de la docena a $1.800, como lo afirmaba el ministro de hacienda, reafirmando su desconexión con el pueblo, sino en la que hoy se vende en tiendas y supermercados por más de $15.000.

Las consecuencias de esta dieta pobre y desbalanceada son obesidad y diabetes entre la población más vulnerable. Según un estudio de la revista Salutem de la Universidad Javeriana (2018) Colombia es uno de los países con mayores niveles de prevalencia de diabetes (50% de la población no ha sido diagnosticada), y Minsalud estima que 3 de cada 100 colombianos tienen diabetes y que de esos, dos son de ingresos bajos.

La diabetes es una de las comorbilidades más comunes para pacientes de COVID 19, enfermedad que ya ha cobrado la vida de cerca de 95.000 compatriotas.

Podemos concluir entonces que la mayoría de los colombianos basan su alimentación en los carbohidratos y el huevo pero una quinta parte de nuestros compatriotas ni para arroz, papa y huevo tienen.

Cuando nos detengamos a pensar en eso como país y a resolverlo, podremos decir que estaremos viviendo en un Estado Social de Derecho. 

Y si a esas personas que aguantan hambre o comen mal les robamos hasta el derecho a protestar, o los golpeamos y hasta los matamos por elevar la voz, pues nada que hacer: Seguiremos siendo un Estado fallido.

https://cuartodehora.com/2021/06/13/el-hambre/

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