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martes, 16 de abril de 2024

Palestina. Las miserias del colonialismo

 

Por Jesús Valencia, Resumen de Medio Oriente, 16 de abril de 2024.

Buena parte de la humanidad seguimos con rabia lo que está sucediendo en Palestina. Con múltiples y masivas protestas intentamos frenar la crueldad de un genocidio que nos duele. Casi al mismo tiempo, asistimos a otro espectáculo miserable: numerosos gobernantes occidentales se han acercado a Israelofreciéndole apoyo y armas. ¿Solidaridad altruista para con un pueblo que, según dicen, se defiende de quienes intentan destruirlo? Ni lo uno ni lo otro. El término “solidaridad” no cabe en el diccionario capitalista. Y respecto a Israel, nada más erróneo que presentarlo como un pueblo inocuo, aferrado a su tierra, y amable con la vecindad. 

El sionismo había nacido en el corazón de una Europa expansionista y colonial; proyecto ruin que se proponía ocupar tierras ajenas y someter a los pobladores que en ellas habitaban. El sionismo, hijo del capital financiero y judío, quiso participar en dicho expolio aunque arrastraba un déficit sustancial. Sus colegas capitalistas (aunque no tienen más patria que los dividendos) se ubicaban en territorios concretos, alardeaban de historias nacionales y ondeaban sus respectivas banderas. Los sionistas, carentes de todos aquellos atuendos, se afanaron en conseguirlos a cualquier precio. Tras barajar tierras diversas como posibles lugares de asentamiento, eligieron Palestina como su pretendida patria original; se proclamaron creyentes de unas convicciones que les venían grandes, alardearon de una cultura que no les significaba nada e hicieron suya una historia que buena parte de ellos ignoraban. Intentando legitimar la usurpación de Palestina airearon la patraña de que era una tierra vacía y sin gentes. 

El imperialismo, aunque conocía la realidad de Palestina, la ignoró.  Aceptó sin remilgos aquella disparatada engañifla, abrió la puerta a los sionistas que llegaran de cualquier país y encomendó a Gran Bretaña el Protectorado de semejante atropello. La Declaración de Balfour, corta como su vergüenza, advirtió en 1917 que iba a proteger a los intrusos; los nativos colonizados, en contra de las pautas del Protectorado, fueron reducidos a sujetos  de ínfima categoría. La mayoritaria población palestina había vivido hasta entonces en armonía vecinal con los minoritarios judíos que también residían en la misma tierra; bastantes de estos, previendo lo que iba a suceder, se marcharon para nunca regresar. No se equivocaron. 

El pueblo palestino pronto se enfrentó al colonialismo sionista que actuaba como depredador de bienes, raptor de tierras y asesino de personas. El primer enfrentamiento tuvo lugar en 1890 y, en versiones diferentes, continúa hasta nuestros días.  Los reiterados levantamientos palestinos han mantenido desde entonces y hasta ahora dos constantes. La primera:  el capitalismo imperialista siempre se puso del lado de los sionistas para ahogar los legítimos derechos de la población nativa. La segunda: Desde 1967 las organizaciones palestinas de resistencia formularon su pensamiento con asombrosa nitidez: “No somos enemigos del judaísmo como religión, ni de la raza judía. Nuestra lucha es contra la entidad sionista, colonialista e imperialista, que ha ocupado nuestra patria».

Quienes han visitado a Netanyahu para estimular su ceguera y dotarle de las armas que necesita, son la evidencia más certera de un colonialismo miserable y cruel.


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