por Laura Castellanos/Alberto Torres
Los habitantes del municipio de Espinal, un pequeño pueblo de la
sierra veracruzana, están utilizando el Túmin, una moneda que se
inventaron y que se basa en el sistema de trueque...El Banco de México
los acusa de rebeldía monetaria mientras que la Procuraduría ya
investiga a estos osados...
Fuente: Revista Domingo/El Universal
SPINAL, VERACRUZ .- “Aquí se recibe Túmin”,
anuncia un letrero pegado a una computadora de un cibercafé de este
pequeño pueblo de la sierra del Totonacapan, cuatro horas al norte de
Xalapa y cuatro horas al sur de la franja limítrofe con Tamaulipas,
donde el narcotráfico dejó cadáveres decapitados y baleó autobuses de
pasajeros la Navidad pasada.
La dueña de Ciber Castell, Irene
Fidencia Castellanos, es una maestra jubilada de mirada dulce y
temperamento decidido. Ella presume el letrero que promueve los “túmin”,
palabra totonaca que significa dinero. Son los vales usados en el sistema local de trueque de bienes y servicios que tiene ansioso al gobierno federal, ya que considera que el pueblo incurre enrebeldía monetaria.
Su cabello recogido y la blusa blanca con flores amarillas le dan un
aire fresco, animoso. Pero sus ojos resplandecen cuando ejemplifica el
funcionamiento del túmin: ella recibió de una niña el pago del servicio
de internet por una hora. En cualquier lugar el costo sería de diez
pesos. Aquí la niña paga ocho y entregó dos túmin con la imagen de
Emiliano Zapata. Cada uno equivale a un peso. A la niña le dio los túmin
su mamá, que es la dentista del pueblo, porque algún paciente le pagó
una parte proporcional de su servicio con ellos. La maestra a su vez los
usará para completar su compra de leche, carne, huevos o tortillas.
“Es magnífico”, opina la maestra del
proyecto de mercado alternativo en el que participa desde hace un año y
que incluye un centenar de comerciantes y prestadores de servicios. Dice
que le alcanza más el dinero, se promueven productos regionales, sus
relaciones con otros socios son cada vez más cercanas, se estimula la
microproducción y su municipio, sumido en el olvido y la pobreza, gana
identidad y visibilidad. Todo por el túmin.
—¿Se siente orgullosa de ser tumista? —ella inventó el término para los asociados, la mayoría mujeres.
—Sí, claro que sí, estoy orgullosa de ser tumista.
Y cómo no va a estarlo, si el proyecto
que echó a andar un grupo de maestros de la Universidad Veracruzana
Intercultural (UVI) comienza a extenderse al municipio vecino de
Papantla, ya despertó el interés de otros municipios y de comunidades en
polos distantes del país, y llamó la atención de la prensa nacional e
internacional. También del Banco de México (Banxico),
la institución reguladora de la política monetaria en el país. Esos
papelitos de apariencia inofensiva, de ocho centímetros de largo por
cuatro centímetros de ancho, con denominaciones de 1, 5, 10 y 20 túmin
son de naturaleza explosiva. Están diseñados de forma artesanal, con la
obra de pintores mexicanos, en cuyo frente se lee: “Mercado alternativo
y economía solidaria”, y en el dorso: “Sembremos justicia y el fruto
será paz”, con el sello y nombre de sus promotores: Juan Castro Soto,
presidente, Álvaro López Lobato, secretario, y Blanca Xanath García
Cruz, tesorera. A un año de estar en circulación provocaron un cisma en
Banxico, que pidió la intervención de la Procuraduría General de la
República (PGR) para abrir una investigación contra ellos: consideran
que es un fraude sustituir al peso. Domingo buscó una entrevista con Banxico pero la institución no la otorgó.
La maestra Irene rechaza la postura de
Banxico y dice que por sí mismo el papelito no tiene relevancia, sino lo
que mueve en las conciencias y la cotidianidad de sus usuarios. “No es
una moneda, es un vale, somos nosotros quienes le damos el valor”.
Cuenta que ella le dio “gracias a Dios” cuando el proyecto del túmin
echó a andar en noviembre de 2010. Arrancó como un gesto de
desobediencia popular en el contexto del bicentenario de la
Independencia y el centenario de la Revolución Mexicana, ante las
políticas económicas decididas desde el poder. “Ahora sí nos va
alcanzar nuestro dinero”, recuerda que decían los socios fundadores. Su
mecanismo es sencillo: únicamente la red de comerciantes y prestadores
de servicios que voluntariamente se suman son provistos de 500 túmin que
circulan entre sí. Cada quién establece la parte proporcional de pesos y
túmin a recibir a partir del 10 por ciento de la cantidad total a
pagar. De esta manera, por ejemplo, si la maestra quiere comprar un kilo
de carne a otro tumista, en vez de pagar 70 pesos paga 50 pesos y 20
túmin. A ella le sale más barata esta carne, por lo que no la comprará
en un supermercado de las ciudades cercanas de Papantla o Poza Rica. El
carnicero a su vez usará esos 20 túmin en otro bien o servicio tumista.
Así se diversifica y fortalece el mercado espinalense para bien de la
población general.
La maestra reprocha que el gobierno federal no vea las bondades del túmin. Pero su rostro no pierde la serenidad cuando narra cómo en la primavera pasada, a cuatro meses de haber iniciado el proyecto, un desconocido tocó a la puerta del Ciber Castell.
El hombre se identificó como agente de
la Agencia Federal de Investigaciones (AFI) de la PGR e indagaba sobre
el sistema del multitrueque. Ella dice que no se amedrentó por su
presencia. “Como todo ser humano merecía ser atendido y le ofrecí un
café”, narra con un dejo de ternura. “Decía mi madre que una gota de
miel hace más que una gota de hiel”. Entre sorbo y sorbo de café, el
agente le preguntó a la maestra del presunto uso fraudulento del túmin,
su convencimiento para utilizarlo, su circulación, su futuro. Dice que
le respondió tranquilamente a todo.
—¿Por qué usan el túmin? —le preguntó el agente, muy instalado en el comedor.
—Porque simple y sencillamente nuestra
moneda ha subido tanto que no nos alcanza. No queremos defraudar ni
nada. Es muy bueno que la Procuraduría venga aquí, pues eso me hace
sentir que mi túmin es grande, que vale la pena, y es la piedrita que la
PGR siempre va a traer en el zapato porque no se la va a quitar.
—¿Le da larga vida al túmin?
—Sí, porque nosotros tenemos la
conciencia de que funciona y ya hay personas de Coyutla, Tabladero,
Mizantla, de la región, que quiere conocer su funcionamiento.
La maestra cuenta que el agente se
marchó. Sólo él sabe qué reporte entregó. Ella siguió usando el túmin.
También la tortillera, el pastelero, el farmacéutico, la verdulera, la
vendedora de pollo, el carnicero, la abarrotera, el panadero, el
herrero, la vendedora de tacos de comida, la dentista, la estilista...
En este pueblo fundado por piratas se consolida el intercambio monetario
más revolucionario en México, en plena debacle de la macroeconomía
global.
El papelito que mueve conciencias
Espinal debe su nombre a los árboles de
espino blanco que abundaron alguna época en la cabecera y el municipio
con el mismo nombre. Ahora son escasos en el paisaje. La cabecera
municipal tiene poco más de dos mil 500 habitantes. El municipio rebasa
los 24 mil habitantes, cerca de la mitad son indígenas totonacas.
Espinal es un municipio pobre en el que la mitad de su población carece
de agua potable y drenaje. La cabecera se erigió a orillas del río
Tecolutla que desemboca en el Golfo de México. Se dice que al pueblo lo
fundó un pirata de nombre Lorencillo, que luego de hacer sus fechorías
en el Golfo navegaba río adentro y se ocultaba en esta región de verdes
intensos, cálida y húmeda, con lluvias abundantes en verano.
Unosdicen que Lorencillo era flamenco,
otros que mulato, que francés, que holandés. Lo describen como alto o
chaparro, solidario o desalmado. El caso es que el tal Lorencillo está
en el escudo de Espinal pintado al interior del palacio municipal. El
diseño lo hizo un maestro de secundaria con elementos significativos de
la región: los espinos blancos, Lorencillo con un parche en un ojo y el
otro de un azul color alberca, el maíz y cítricos cultivados en la zona,
y los voladores de Papantla, recientemente reconocidos como Patrimonio
Cultural Intangible de la Humanidad por parte de la Unesco. Los
voladores están en el escudo del municipio porque aquí dicen que no son
originarios de Papantla, sino de Espinal.
Del túmin, eso sí, nadie cuestiona su
origen espinalense. Basta con que uno camine el pequeño centro del
pueblo para constatar que la gran mayoría de los comercios son tumistas:
115 asociados conforman la red, un centenar de Espinal y el resto de
Papantla. Cuentan con un pequeño local/oficina a unos pasos de la
presidencia municipal. Ahí se exhiben productos hechos por algunos
asociados: mermeladas caseras, galletas, joyería artesanal, ropa
bordada, palanquetas de granola, tinturas medicinales y artículos
diversos de tiendas de los alrededores, casi la generalidad de origen
nacional.También ahí se realizan las asambleas bimestrales para evaluar
logros y circular su modesta publicación Kogsni, palabra totonaca que
significa El Volador, que hace la Red Unidos por los Derechos Humanos
(RUDH).
El fotógrafo Jorge Serratos, el videoreportero Alberto Torres y yo hicimos un recorrido por el pueblo. Cada tumista tiene su propia visión de las ventajas de ser asociado. Matiana Lorenzo, la señora de cabellera muy negra que vende verduras en la plaza del pueblo, a unos pasos de la iglesia de San José, dice que ella lo recibe porque otros productos le salen más baratos: “Al comprar medicina, que da uno diez pesos de túmin si cuesta sesenta, y diez pesos se ahorra uno”. Al cruzar la plaza se llega al consultorio dental donde la cirujana dentista Ana Bertha Escalante tiene su cartel “Aquí se recibe túmin”.
Ella lo ve como la alternativa local
para “enfrentar la recesión económica mundial” y también como medio de
integración comunitaria, pues observa que las barreras sociales entre
socios se derrumban. Así le pasa en su relación con la costurera del
pueblo. “Antes me veía así como: ‘ay, la doctora, buenos días, buenas
tardes’, pero ahora en alguna reunión de socios nos sentamos juntas e
interaccionamos como parte del mismo proyecto económico”. En el caso del
indígena agrónomo Luis García Santiago, su negocio de yougurt casero
crece porque redujo costos en los insumos para hacerlo: “Antes vendía 15
vasos de yougur diarios, y ahora vendo más de 40 y eso es muy bueno”.
Eso no quiere decir que no haya detractores del túmin. Algunas personas lo ven como un juego infantil sin sentido. “Dicen que es como jugar con panchólares”, se queja la maestra Irene Fidencia Castellanos, “y es que hace falta el amor y la conciencia de lo que es un proyecto tumista”. Otros simplemente no entienden que el túmin rompe con la idea económica dominante de que el dinero debe acumularse como signo de poder en vez de circular para el bien común. El doctor Juan José Escalante, de la farmacia El Carmen, opina que esa es la principal barrera para quienes no lo admiten: “piensan que es dinero que se les queda ahí, que ellos pierden, no les cabe en la cabeza que lo pueden reutilizar”. Está en lo cierto.
En nuestra gira espinalense hicimos un
alto en la oficina del presidente municipal, Salvador Lammoglia,
militante del Partido Acción Nacional (PAN). En su oficina está la foto
de Felipe Calderón. Debajo de ésta, una imagen de bulto de San Judas
Tadeo. El descendiente de emigrantes italianos luce como un ranchero
acomodado: sombrero de palma, vestimenta impecable, botines lustrosos.
Si bien él ve al túmin como un factor de identidad y promoción del
municipio de Espinal, tiene sus reservas para usarlo. Su familia es
productora de queso y se le invitó a sumarse a la red. El político tiene
sus dudas, y las dice con franqueza: “Si yo me lleno de túmin, esos
cinco pesos que yo le doy más barato a la señora, ¿quién me los va a
reembolsar?”, me pregunta. Le expreso que según sus promotores el fin no
es acumular los vales sino usarlos como herramienta de intercambio de
bienes y servicios para estimular el mercado municipal. Insiste: “Es que
hay cosas que no me quedan muy claras: si yo junto o almaceno tantos
túmin a mí ese dinero quién me lo… a menos que lo siga comercializando
nada más, porque nunca voy a ver en sí mi dinero”. No hay manera.
Tumistas contra el capitalismo
La Casa del Túmin es en realidad una
habitación independiente de la vivienda de la casera. La señora les
acepta una parte del pago de la renta con vales. La oficina es color
palo de rosa. Una pared hecha con tablones de madera sirve de división. A
través de ésta se cuela el sonido del juego y llanto de sus chiquillos.
Pero Juan Castro, el creador del túmin y presidente de la red, no
pierde la calma. A sus cincuenta años las canas ganan terreno. Tiene
pinta monacal de franciscano. Es austero, callado, analítico. “Parece
que Juanito hizo votos de pobreza”, me dijo de una tarde su compañero
Álvaro López Lobato, el secretario del proyecto. De hecho el hombre de
semblante apacible y sonrisa fácil, nacido en Tampico, se formó en el
activismo jesuita cuando estudió Ciencias de la Comunidad en el Tec de
Monterrey, campus Monterrey.
—¿Nunca has hecho algo extravagante en tu vida? —le pregunto con curiosidad genuina.
—Pues el túmin.
Su presencia sosegada encubre un
activismo radical y tozudo. Con la irrupción del Ejército Zapatista de
Liberación Nacional (EZLN) en 1994 Juan Castro se hizo militante
zapatista y desde entonces asumió como suya la lucha por los derechos
indígenas y por un mundo más equitativo. Por años estudió otras
experiencias de monedas alternativas en el mundo, como el “Ithaca
Hours”, en Nueva York; “Lets”, en Canadá; “Lionza”, en Venezuela; “Eco”,
en España; “Libra Brixton”, en Inglaterra; “Cheimgauer”, en Alemania,
usados no tanto por necesidades económicas sino como herramientas
políticas de lucha contra el sistema capitalista. En México está el
“Tláloc” y “Trueke”, en el Distrito Federal; “Mezquite”, en Dolores,
Guanajuato; y “Cajeme”, en Sonora, que funcionan especialmente en ferias
donde se ofertan productos alternativos. Pero Espinal necesitaba una
propuesta permanente que atenuara la crisis económica. “Ahí estaba la
naranja, la verdura, la carne echándose a perder porque no teníamos el
medio para adquirirlo, que era el dinero”. Así nació el túmin: “La
gasolina para hacer que las cosas circularan y pudiéramos consumirlas”.
Como maestro de la UVI Totonacapan, la
universidad pública de la región con enfoque multicultural, el
tampiqueño concretó el arranque del proyecto como una propuesta de
maestros y estudiantes egresados. Al equipo impulsor le tomó meses
socializarlo entre los asociados potenciales. Se decidió que sólo fuera
entre comerciantes y prestadores de servicios para incentivar
directamente la producción y oferta de mercado. De esta manera, también
amas de casa, estudiantes o desempleados se verían motivados a crear
microempresas de elaboración de tejidos, mermeladas, shampoos, jabones,
miel, yougurt.
Entre los socios potenciales se consultó
de igual manera cuáles a su entender deberían ser sus derechos y
obligaciones. Pero el equipo convocante estableció una premisa
fundamental: “Al entrar al túmin todos dejaban de ser clientes para
convertirse en compañeros”. La idea central era que la gente tomara
conciencia de su relación con el dinero y cómo desde el poder se crea
competencia y desigualdad. En contraste, “nosotros podíamos diseñar una
economía basada en la solidaridad, donde no hay intereses ni fraudes, ni
nadie busca acumular la riqueza”. Fue decisión de todos los socios que
el proyecto fuera gratuito, cada uno entrara y saliera con libertad y
estableciera su propia cuota de túmin, partiendo del 10 por ciento de la
cantidad total a pagar.
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