Fidel Castro: ¿qué está ocurriendo en Corea?
por Atilio Borón
Miércoles, 03 de Abril de 2013 23:38
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Para entender la actual crisis que
afecta a la península coreana nada mejor que ubicar la presente
coyuntura en su contexto histórico. Y nadie mejor que Fidel para
ofrecernos una visión sintética y didáctica a la vez de la complejidad
del proceso que condujo a la grave situación actual. Compartimos por eso
dos “reflexiones” que el Comandante escribió en Julio del 2008, y que
conservan toda su actualidad.
LAS DOS COREAS (Primera Parte)
Comandante Fidel Castro Ruz
La nación coreana, con su peculiar
cultura que la diferencia de sus vecinos chinos y japoneses, existe
desde hace tres mil años. Son características típicas de las sociedades
de esa región asiática, incluidas la china, la vietnamita y otras. Nada
parecido se observa en las culturas occidentales, algunas con menos de
250 años.
Los japoneses habían arrebatado a China
en la guerra de 1894 el control que ejercía sobre la dinastía coreana y
convirtieron su territorio en una colonia de Japón. Por acuerdo entre
Estados Unidos y las autoridades coreanas, el protestantismo fue
introducido en ese país en el año 1892. Por otro lado, el catolicismo
había penetrado igualmente en ese siglo a través de las misiones. Se
calcula que actualmente en Corea del Sur alrededor del 25 por ciento de
la población es cristiana y una cifra similar es budista. La filosofía
de Confucio ejerció gran influencia en el espíritu de los coreanos, que
no se caracterizan por las prácticas fanáticas de la religión.
El imperio japonés fue brutalmente
represivo con la población de Corea. Los patriotas resistieron con las
armas la política colonialista de Japón y lograron liberar una pequeña
zona en los terrenos montañosos del Norte, durante los últimos años de
la década de 1890.
Kim Il Sung, nacido en las proximidades
de Pyongyang, a los 18 años se incorporó a las guerrillas comunistas
coreanas que luchaban contra los japoneses. En su activa vida
revolucionaria alcanzó la jefatura política y militar de los
combatientes anti japoneses del Norte de Corea, cuando solo tenía 33
años de edad.
Durante la Segunda Guerra Mundial,
Estados Unidos decidió el destino de Corea en la posguerra. Entró en la
contienda cuando fue atacado por una criatura suya, el Imperio del Sol
Naciente, cuyas herméticas puertas feudales abrió el Comodoro Perry en
la primera mitad del siglo XIX apuntando con sus cañones al extraño país
asiático que se negaba a comerciar con Norteamérica.
El aventajado discípulo se convirtió más
tarde en un poderoso rival, como ya expliqué en otra ocasión. Japón
golpeó sucesivamente décadas más tarde a China y Rusia, apoderándose
adicionalmente de Corea. No obstante, fue astuto aliado de los
vencedores en la Primera Guerra Mundial a costa de China. Acumuló
fuerzas y, convertido en una versión asiática del nazi fascismo, intentó
ocupar el territorio de China en 1937 y atacó a Estados Unidos en
diciembre de 1941; llevó la guerra al Sudeste Asiático y a Oceanía.
Los dominios coloniales de Gran Bretaña,
Francia, Holanda y Portugal en la región estaban condenados a
desaparecer y Estados Unidos surgía como la potencia más poderosa del
planeta, resistida solo por la Unión Soviética, entonces destruida por
la Segunda Guerra Mundial y las cuantiosas pérdidas materiales y humanas
que le ocasionó el ataque nazi. La Revolución china estaba por concluir
en 1945 cuando la matanza mundial cesó. El combate unitario anti
japonés ocupaba entonces sus energías. Mao, Ho Chi Minh, Gandhi, Sukarno
y otros líderes prosiguieron después su lucha contra la restauración
del viejo orden mundial que era ya insostenible.
Truman lanzó contra dos ciudades civiles
japonesas la bomba atómica, arma nueva terriblemente destructiva de
cuya existencia, como se ha explicado, no había informado al aliado
soviético, el país que más contribuyó a la destrucción del fascismo.
Nada justificaba el genocidio cometido, ni siquiera el hecho de que la
tenaz resistencia japonesa había costado la vida a casi 15 mil soldados
norteamericanos en la isla japonesa de Okinawa. Ya Japón estaba
derrotado y tal arma, lanzada contra un objetivo militar, habría tenido
más tarde o más temprano el mismo efecto desmoralizador en el
militarismo japonés sin nuevas bajas para los soldados de Estados
Unidos. Fue un acto incalificable de terror.
Los soldados soviéticos avanzaban sobre
Manchuria y el Norte de Corea, tal como lo habían prometido al cesar los
combates en Europa. Los aliados habían definido previamente hasta qué
punto llegaría cada fuerza. En la mitad de Corea estaría la línea
divisoria, equidistante entre el río Yalu y el Sur de la península. El
gobierno norteamericano negoció con los japoneses las normas que
regirían la rendición de las tropas en su propio territorio. Japón sería
ocupado por Estados Unidos.
En Corea, anexada a Japón, permanecía
una gran fuerza del poderoso ejército japonés. En el Sur del Paralelo
38, límite divisorio establecido, prevalecerían los intereses de Estados
Unidos. Syngman Rhee, reincorporado a esa parte del territorio por el
gobierno de Estados Unidos, fue el líder al que apoyó, con la
cooperación abierta de los japoneses. Ganó así las reñidas elecciones de
1948. Los soldados del Ejército Soviético se habían retirado de Corea
del Norte ese año.
El 25 de junio de 1950 estalló la guerra
en el país. Todavía se discute quién realizó el primer disparo, si los
combatientes del Norte o los soldados norteamericanos que montaban
guardia junto a los soldados reclutados por Rhee. La discusión carece de
sentido si se analiza desde el ángulo coreano. Los combatientes de Kim
Il Sung lucharon contra los japoneses por la liberación de toda Corea.
Sus fuerzas avanzaron incontenibles hasta las proximidades del extremo
Sur, donde los yanquis se defendían con el apoyo masivo de sus aviones
de ataque. Seúl y otras ciudades habían sido ocupadas. MacArthur, jefe
de las fuerzas norteamericanas del Pacífico, decidió ordenar un
desembarco de la infantería de Marina por Incheon, en la retaguardia de
las fuerzas del Norte, que estas no podían ya contrarrestar. Pyongyang
cayó en manos de las fuerzas yanquis, precedidas por devastadores
ataques aéreos. Ello impulsó la idea por parte del mando militar
norteamericano en el Pacífico de ocupar toda Corea, ya que el Ejército
de Liberación Popular de China, dirigido por Mao Zedong, había infligido
una derrota aplastante a las fuerzas pro yanquis de Chiang Kai-shek,
abastecidas y apoyadas por Estados Unidos.
Todo el territorio continental y
marítimo de ese gran país había sido recuperado, con excepción de Taipei
y algunas otras pequeñas islas próximas donde se refugiaron las fuerzas
del Kuomintang, transportadas por naves de la Sexta Flota.
La historia de lo ocurrido entonces se
conoce hoy bien. No olvidar que Boris Yeltsin entregó a Washington,
entre otras cosas, los archivos de la Unión Soviética.
¿Qué hizo Estados Unidos cuando estalló
el conflicto prácticamente inevitable bajo las premisas creadas en
Corea? Presentó a la parte norte de ese país como agresora. El Consejo
de Seguridad de la recién creada Organización de Naciones Unidas,
promovida por las potencias vencedoras de la Segunda Guerra Mundial,
aprobó la resolución sin que uno de los cinco miembros pudiera vetarla.
En esos precisos meses la URSS se había manifestado inconforme con la
exclusión de China en el Consejo de Seguridad, donde Estados Unidos
reconocía a Chiang Kai-shek, con menos del 0,3 por ciento del territorio
nacional y menos del 2 por ciento de la población, como miembro del
Consejo de Seguridad con derecho al veto.
Tal arbitrariedad condujo a la ausencia
del delegado ruso, a consecuencia de lo cual se produjo el acuerdo de
ese Consejo dando a la guerra el carácter de una acción militar de la
ONU contra el presunto agresor: la República Popular Democrática de
Corea. China, ajena por completo al conflicto, que afectaba su lucha
inconclusa por la liberación total del país, vio cernirse la amenaza
directa contra su propio territorio, lo cual era inaceptable para su
seguridad. Según datos publicados, envió al primer ministro Zhou Enlai a
Moscú, para expresar a Stalin su punto de vista sobre lo inadmisible
que era la presencia de fuerzas de la ONU bajo el mando de Estados
Unidos en las riberas del río Yalu, que delimita la frontera de Corea
con China, y solicitarle la cooperación soviética. No existían entonces
contradicciones profundas entre los dos gigantes socialistas.
El contragolpe chino se afirma que
estaba planeado para el 13 de octubre y Mao lo pospuso para el 19,
esperando la respuesta soviética. Era el máximo que podía dilatarlo.
Pienso concluir esta reflexión el
próximo viernes. Es un tema complejo y trabajoso, que demanda especial
cuidado y datos tan precisos como sea posible. Son hechos históricos que
deben conocerse y recordarse.
Fidel Castro Ruz
Julio 22 de 2008
9:22 p.m.
Julio 22 de 2008
9:22 p.m.
LAS DOS COREAS (Segunda parte)
Comandante Fidel Castro Ruz
El 19 de octubre de 1950 más de 400 mil
combatientes voluntarios chinos, cumpliendo las instrucciones de Mao
Zedong, cruzaron el Yalu y salieron al paso de las tropas de Estados
Unidos que avanzaban hacia la frontera china. Las unidades
norteamericanas, sorprendidas por la enérgica acción del país al que
habían subestimado, se vieron obligadas a retroceder hasta las
proximidades de la costa sur, bajo el empuje de las fuerzas combinadas
de chinos y coreanos del Norte.
Stalin, que era sumamente cauteloso,
prestó una cooperación mucho menor que lo que esperaba Mao, aunque
valiosa, mediante el envío de aviones MiG-15 con pilotos soviéticos, en
un frente limitado de 98 kilómetros, que en la etapa inicial protegieron
a las fuerzas de tierra en su intrépido avance. Pyongyang fue de nuevo
recuperado y Seúl ocupado otra vez, desafiando el incesante ataque de la
fuerza aérea de Estados Unidos, la más poderosa que ha existido nunca.
MacArthur estaba ansioso por atacar a
China con el empleo de las armas atómicas. Demandó su uso tras la
bochornosa derrota sufrida. El presidente Truman se vio obligado a
sustituirlo del mando y nombrar al general Matthews Ridgway como jefe de
las fuerzas de aire, mar y tierra de Estados Unidos en el teatro de
operaciones. En la aventura imperialista de Corea participaron, junto a
Estados Unidos, el Reino Unido, Francia, Países Bajos, Bélgica,
Luxemburgo, Grecia, Canadá, Turquía, Etiopía Sudáfrica, Filipinas,
Australia, Nueva Zelanda, Tailandia y Colombia. Este país fue el único
participante por América Latina, bajo el gobierno unitario del
conservador Laureano Gómez, responsable de matanzas masivas de
campesinos. Con ella, como se vio, participaron la Etiopía de Haile
Selassie, donde todavía existía la esclavitud, y la Sudáfrica gobernada
por los racistas blancos.
Hacía apenas cinco años que la matanza mundial iniciada en septiembre de 1939 había concluido, en agosto de 1945.
Después de sangrientos combates en el
territorio coreano, el Paralelo 38 volvió a ser el límite entre el Norte
y el Sur. Se calcula que murieron en esa guerra cerca de dos millones
de coreanos del Norte, entre medio millón o un millón de chinos y más de
un millón de soldados aliados. Por parte de Estados Unidos perdieron la
vida alrededor de 44 mil soldados; no pocos de ellos eran nacidos en
Puerto Rico u otros países latinoamericanos, reclutados para participar
en una guerra a la que los llevó la condición de inmigrantes pobres.
Japón obtuvo grandes ventajas de esa
contienda; en un año, la manufactura creció un 50 %, y en dos recuperó
la producción alcanzada antes de la guerra. No cambió, sin embargo, la
percepción de los genocidios cometidos por las tropas imperiales en
China y Corea. Los gobiernos de Japón han rendido culto a los actos
genocidas de sus soldados, que en China habían violado a decenas de
miles de mujeres y asesinaron brutalmente a cientos de miles de
personas, como ya se explicó en una reflexión.
Sumamente laboriosos y tenaces, los
japoneses han convertido su país, desprovisto de petróleo y otras
materias primas importantes, en la segunda potencia económica del mundo.
El PIB de Japón, medido en términos
capitalistas –aunque los datos varían según las fuentes occidentales–,
asciende hoy a más de 4,5 millones de millones de dólares, y sus
reservas en divisas alcanzan más de un millón de millones. Es todavía el
doble del PIB de China, 2,2 millones de millones, aunque esta posee un
50 % más de reservas en moneda convertible que ese país. El PIB de
Estados Unidos, 12,4 millones de millones, con 34,6 veces más territorio
y 2,3 veces más población, es apenas tres veces mayor que el de Japón.
Su gobierno es hoy uno de los principales aliados del imperialismo,
cuando este se halla amenazado por la recesión económica y las armas
sofisticadas de la superpotencia se esgrimen contra la seguridad de la
especie humana.
Son lecciones imborrables de la historia.
La guerra, en cambio, afectó considerablemente a China.
Truman dio órdenes a la VI Flota de
impedir el desembarco de las fuerzas revolucionarias chinas que
culminarían la liberación total del país con la recuperación del 0,3 %
de su territorio, que había sido ocupado por el resto de las fuerzas pro
yanquis de Chiang Kai shek que hacia allí se fugaron.
Las relaciones chino-soviéticas se
deterioraron después, tras la muerte de Stalin, en marzo de 1953. El
movimiento revolucionario se dividió en casi todas partes. El
llamamiento dramático de Ho Chi Minh dejó constancia del daño
ocasionado, y el imperialismo, con su enorme aparato mediático, atizó el
fuego del extremismo de los falsos teóricos revolucionarios, un tema en
el que los órganos de inteligencia de Estados Unidos se convirtieron en
expertos.
A Corea del Norte le había
correspondido, en la arbitraria división, la parte más accidentada del
país. Cada gramo de alimento tenía que obtenerlo a costa de sudor y
sacrificio. De Pyongyang, la capital, no quedó piedra sobre piedra. Un
elevado número de heridos y mutilados de guerra debían ser atendidos.
Estaban bloqueados y sin recursos. La URSS y los demás Estados del campo
socialista se reconstruían.
Cuando llegué el 7 de marzo de 1986 a la
República Popular Democrática de Corea, casi 33 años después de la
destrucción que dejó la guerra, era difícil creer lo que allí sucedió.
Aquel pueblo heroico había construido infinidad de obras: grandes y
pequeñas presas y canales para acumular agua, producir electricidad,
abastecer ciudades y regar los campos; termoeléctricas, importantes
industrias mecánicas y de otras ramas, muchas de ellas bajo tierra,
enclavadas en las profundidades de las rocas a base de trabajo duro y
metódico. Por falta de cobre y aluminio se vieron obligados a utilizar
incluso hierro en líneas de transmisión devoradoras de energía
eléctrica, que en parte procedía de la hulla. La capital y otras
ciudades arrasadas fueron construidas metro a metro. Calculé millones de
viviendas nuevas en áreas urbanas y rurales y decenas de miles de
instalaciones de servicios de todo tipo. Infinitas horas de trabajo
estaban convertidas en piedra, cemento, acero, madera, productos
sintéticos y equipos. Las siembras que pude observar, dondequiera que
fui, parecían jardines. Un pueblo bien vestido, organizado y entusiasta
estaba en todas partes, recibiendo al visitante. Merecía la cooperación y
la paz.
No hubo tema que no discutiera con mi ilustre anfitrión Kim Il Sung. No lo olvidaré.
Corea quedó dividida en dos partes por una línea imaginaria.
El Sur vivió una experiencia distinta. Era la parte más poblada y sufrió menos destrucción en aquella guerra.
La presencia de una enorme fuerza
militar extranjera requería el suministro de productos locales
manufacturados y otros, que iban desde la artesanía hasta las frutas y
vegetales frescos, además de los servicios. Los gastos militares de los
aliados eran enormes. Lo mismo ocurrió cuando Estados Unidos decidió
mantener indefinidamente una gran fuerza militar. Las transnacionales de
Occidente y de Japón invirtieron en los años de la Guerra Fría
considerables sumas, extrayendo riquezas sin límites del sudor de los
surcoreanos, un pueblo igualmente laborioso y abnegado como sus hermanos
del Norte. Los grandes mercados del mundo estuvieron abiertos a sus
productos. No estaban bloqueados.
Hoy el país alcanza elevados niveles de tecnología y productividad.
Ha sufrido las crisis económicas de
Occidente, que dieron lugar a la adquisición de muchas empresas
surcoreanas por las transnacionales.
El carácter austero de su pueblo le ha
permitido al Estado la acumulación de importantes reservas en divisas.
Hoy soporta la depresión económica de Estados Unidos, en especial, los
elevados precios de combustibles y alimentos, y las presiones
inflacionarias derivadas de ambos.
El PIB de Corea del Sur, 787 mil 600
millones de dólares, es igual al de Brasil (796 mil millones) y México
(768 mil millones), ambos con abundantes recursos de hidrocarburos y
poblaciones incomparablemente mayores. El imperialismo impuso a las
mencionadas naciones su sistema. Dos quedaron rezagadas; la otra avanzó
mucho más.
De Corea del Sur apenas emigran a
Occidente; de México, lo hacen en masa hacia el actual territorio de
Estados Unidos; de Brasil, Suramérica y Centroamérica, a todas partes,
atraídos por la necesidad de empleo y la propaganda consumista.
Ahora los retribuyen con normas rigurosas y despectivas.
La posición de principios sobre las
armas nucleares suscrita por Cuba en el Movimiento de Países No
Alineados, ratificada en la Conferencia Cumbre de La Habana en agosto de
2006, es conocida.
Saludé por primera vez al actual líder
de la República Popular Democrática de Corea, Kim Jong Il, cuando arribé
al aeropuerto de Pyongyang y él estaba discretamente situado a un lado
de la alfombra roja cerca de su padre. Cuba mantiene con su gobierno
excelentes relaciones.
Al desaparecer la URSS y el campo
socialista, la República Popular Democrática de Corea perdió importantes
mercados y fuentes de suministros de petróleo, materias primas y
equipos. Al igual que para nosotros, las consecuencias fueron muy duras.
El progreso alcanzado con grandes sacrificios se vio amenazado. A pesar
de eso, mostraron la capacidad de producir el arma nuclear.
Cuando se produjo hace alrededor de un
año el ensayo pertinente, le transmitimos al gobierno de Corea del Norte
nuestros puntos de vista sobre el daño que ello podía ocasionar a los
países pobres del Tercer Mundo que libraban una lucha desigual y difícil
contra los planes del imperialismo en una hora decisiva para el mundo.
Tal vez no fuera necesario hacerlo. Kim Jong Il, llegado a ese punto,
había decidido de antemano lo que debía hacer, tomando en cuenta los
factores geográficos y estratégicos de la región.
Nos satisface la declaración de Corea
del Norte sobre la disposición de suspender su programa de armas
nucleares. Esto no tiene nada que ver con los crímenes y chantajes de
Bush, que ahora se jacta de la declaración coreana como éxito de su
política de genocidio. El gesto de Corea del Norte no era para el
gobierno de Estados Unidos, ante el cual no cedió nunca, sino para
China, país vecino y amigo, cuya seguridad y desarrollo es vital para
los dos Estados.
A los países del Tercer Mundo les
interesa la amistad y cooperación entre China y ambas partes de Corea,
cuya unión no tiene que ser necesariamente una a costa de la otra, como
ocurrió en Alemania, hoy aliada de Estados Unidos en la OTAN. Paso a
paso, sin prisa, pero sin tregua, como corresponde a su cultura y a su
historia, seguirán tejiéndose los lazos que unirán a las dos Coreas. Con
la del Sur desarrollamos progresivamente nuestros vínculos; con la del
Norte han existido siempre y continuaremos fortaleciéndolos.
Fidel Castro Ruz
Julio 24 de 2008
Julio 24 de 2008
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